¡Ñamaña amógotyove...
Kuarah_pe! ¡Mirar más allá... al Sol!
En primer lugar quiero agradecer, de todo
corazón, a Miguel con su incansable compañera Inés y a sus entusiastas
retoños, Yeray, Gara e Inés, por su testimonio de vida y compromiso en familia, por su "modo indígena" de vivir,
celebrar y asumir la vida -poco frecuente y sin
embargo tan necesarios en estas latitudes y contexto histórico-. Gracias por
ayudarnos, con esta rigurosa y osada investigación, a mirar más allá..., hacia
donde los pueblos originarios de nuestras islas, como
muchos otros pueblos originarios del mundo, miraban en sus rituales y
celebraciones, para bañarse en el sentido más profundo de su existencia.
Llevo en Suramérica más de 21 años. Cuando
llegué a Paraguay (1985) comencé a acercarme al mundo y cultura guaraní. Me
quedaba muy admirado y sorprendido con toda aquella
realidad exótica y nueva, totalmente desconocida para mí... Sin embargo, mi
mirada era muy corta y miope. Con mi recién terminada
formación ("deformación") de físico, todo lo que oía, veía, tocaba,
olía, probaba y sentía, absolutamente todo, lo quería medir, pesar, cuantificar y registrar en mis notas y memorias de campo con el más
exigente rigor científico... Mi flamante
"deformación" de físico no me permitía mirar más allá...
Recuerdo la primera vez que participé en un
ñembo'e puku (fiesta donde se canta y danza
la "oración larga"), con el pueblo guaraní Pai Tavytera, en la
comunidad Cero Guasu de Amambay, frontera de Paraguay con Brasil. En mis notas
de campo recogía: Desde muy lejos, saliendo de las entrañas
profundas de la selva, se escuchaba el agudo canto de las mimbi (pequeñas flautas sagradas) convocando al pueblo para el ñembo'e
puku... ¡Todo mi ser se estremecía con aquella
llamada! A unos quinientos metros del lugar de celebración, en medio de las
sendas del bosque que nos llevaban hasta la gran oga marangatu (casa de
celebración), habían troncos pintados de rojo señalando la
entrada al espacio sagrado. Era el lugar del jeguaka
(adorno) donde unos niños, muy alegres y adornados con pinturas, collares,
brazaletes y pluma, nos sacaban las mochilas, nos
descalzaban, nos adornaban y pintaban las mejillas con el rojo intenso del
uruku (planta de cuyas semillas se saca este pigmento). Nos preparaban para
entrar y pisar en el recinto sagrado, nos adornaban para la fiesta y danzar descalzos el ñembo'e puku. Nos recibieron las autoridades que estaban
sentadas al lado del mba'e marangatu (especie de
altar), donde colocaban los instrumentos rituales sagrados: mba-raka, takuapu, yvyra... (maracas, troncos de bambú y bastones). Frente
a ellos nos invitaban a hacer una reverencia y luego
el paje (chaman) nos bendecía y nos invitaba a tomar kanguy (chicha, bebida tradicional
de maíz fermentado).
Al final de la tarde, cuando iniciaba la caída
del kuarahy (sol), fuera de la casa sagrada, iniciaban los cantos y las
danzas. Al ponerse el sol todos entraban en la oga marangatu. Toda la noche cantando y danzando sin parar, en rigurosa formación:
los hombres delante con sus maraka e yvyra, las
mujeres detrás con sus takuapu golpeando rítmicamente el suelo... Toda la selva retumbaba sobrecogida con aquel canto-oración y ritmo
sagrado... Todo el ritual terminaba al amanecer...
Aquella primera experiencia la viví sobrecogido, entre asustado y admirado. Midiendo y registrando, cuidadosa y rigurosamente, todo lo
que mis pobres y miopes ojos alcanzaban a ver.
Solamente años después, corrigiendo la miopía de la
física y ampliando sus horizontes con la filosofía, teología
y antropología, y sobre todo con la ayuda de los propios guaraní, pude comprender
mejor aquella primera experiencia mirando un poco más allá... Los guaraní Pai
Tavytera, cantando y danzando-marchando, rememoraban el sentido de toda su existencia
e historia: Desde que fueron creados por Ñande Ru Guasu (Nuestro Padre Grande)
en los tiempos inmemorables, fuera de la
casa. El canto y la danza se iniciaban a la caída del sol, fuera de la
casa sagrada, y todos de espaldas al sol. A continuación, se pasaba por esta
vida, dentro de la casa. La puerta principal
de entrada de la oga marangatu estaba orientada al poniente. Kuarahy oikevo (al ponerse el sol) todos
entrábamos por ella y durante toda la noche se danzaba dentro de la casa
en una simbólica y organizada marcha, siempre mirando al naciente... Al final de
su caminar histórico donde vuelven a Ñande Ru Guasu, fuera de la casa. El
ritual terminaba kuarahy osevo (al salir el sol, al amanecer).
Además,
con el pobre conocimiento de la lengua guaraní que tenía en aquel tiempo, no
conseguí entender el contenido y sentido del canto, ni de aquella danza-marcha
continua, desde la entrada hasta la salida del sol, donde celebraban y
socializaban toda su existencia e historia. Unos 15 años más tarde, a unos 4
mil Km de distancia, al norte de los Pai Tavytera, en pleno corazón de la selva amazónica, un paje del pueblo indígena
Sateré-Mawé, me comentaba lamentándose de la actitud de unos agentes de salud
(no indígenas) que habían venido a la aldea para atender unos casos de salud:
"Ellos no saben mirar más allá de su microscopio, de su termómetro, de su
balanza y cinta métrica... Ellos toman esas medidas, dan las pastillas y
se van... No se quedan a nuestras fiestas de tukandera (hormiga venenosa utilizada en el ritual de iniciación masculino),
donde danzamos todos juntos entrelazando nuestros brazos y entonando
nuestros cantos, bañándonos de luna toda la noche e iluminándonos de sol al despuntar el día... Ellos no
comprenden que ahí se cura toda nuestra comunidad armonizándose entre
sí, con la naturaleza y con todos los seres del firmamento... ¡Los agentes de
salud llegan, miden y se van! No se quedan con nosotros a bañarse de luna e iluminarse de sol... Por eso no consiguen mirar más
allá..."
Hoy, en nuestro contexto histórico, la
historia se repite. Sin esa humilde capacidad para "mirar más allá"
es imposible comprender a nuestros pueblos originarios de hoy o de ayer. Necesitamos superar la orgullosa "monocultura
cientificista-positivista occidental", para abrirnos humildemente a una
"ecología de saberes milenarios".
Al acompañar a los amigos investigadores de
este trabajo en alguna de sus visitas "in situ", muchas veces he
recordado lo que continuamente nos repetía el profesor de antropología cultural:
"El antropólogo no debe usar el signo de exclamación (¡qué barbaridad!) y
sí el de interrogación (¿por qué lo hacen
así?)". Y también han resonado en mi las profundas palabras del filósofo:
"El corazón (la intuición) tiene razones que la razón desconoce". Los
autores de este valiosísimo trabajo,
con pasión y aguda intuición apuntan "intuiciones que la razón desconoce"; y con profunda humildad y tenaz
esfuerzo, dan luces para algunos "por qué" que nuestros
antepasados isleños nos legaron.
Con profundo cariño y respeto quiero agradecer a
todos estos amigos por el esfuerzo de
ayudarnos a alargar nuestra mirada, hasta donde alcanzaban a ver nuestros
"abuelos originarios":
¡Mirar más allá... al Sol".
femando lópez sj
Navidad de 2006
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