viernes, 29 de marzo de 2013

ABORA





¡Ñamaña amógotyove... Kuarah_pe! ¡Mirar más allá... al Sol!
En primer lugar quiero agradecer, de todo corazón, a Miguel con su incansable com­pañera Inés y a sus entusiastas retoños, Yeray, Gara e Inés, por su testimonio de vida y com­promiso en familia, por su "modo indígena" de vivir, celebrar y asumir la vida -poco frecuente y sin embargo tan necesarios en estas latitudes y contexto histórico-. Gracias por ayudarnos, con esta rigurosa y osada investigación, a mirar más allá..., hacia donde los pueblos origina­rios de nuestras islas, como muchos otros pueblos originarios del mundo, miraban en sus rituales y celebraciones, para bañarse en el sentido más profundo de su existencia.
Llevo en Suramérica más de 21 años. Cuando llegué a Paraguay (1985) comencé a acercarme al mundo y cultura guaraní. Me quedaba muy admirado y sorprendido con toda aquella realidad exótica y nueva, totalmente desconocida para mí... Sin embargo, mi mirada era muy corta y miope. Con mi recién terminada formación ("deformación") de físico, todo lo que oía, veía, tocaba, olía, probaba y sentía, absolutamente todo, lo quería medir, pesar, cuantificar y registrar en mis notas y memorias de campo con el más exigente rigor científi­co... Mi flamante "deformación" de físico no me permitía mirar más allá...
Recuerdo la primera vez que participé en un ñembo'e puku (fiesta donde se canta y danza la "oración larga"), con el pueblo guaraní Pai Tavytera, en la comunidad Cero Guasu de Amambay, frontera de Paraguay con Brasil. En mis notas de campo recogía: Desde muy lejos, saliendo de las entrañas profundas de la selva, se escuchaba el agudo canto de las mimbi (pequeñas flautas sagradas) convocando al pueblo para el ñembo'e puku... ¡Todo mi ser se estremecía con aquella llamada! A unos quinientos metros del lugar de celebración, en medio de las sendas del bosque que nos llevaban hasta la gran oga marangatu (casa de celebración), habían troncos pintados de rojo señalando la entrada al espacio sagrado. Era el lugar del jeguaka (adorno) donde unos niños, muy alegres y adornados con pinturas, collares, brazale­tes y pluma, nos sacaban las mochilas, nos descalzaban, nos adornaban y pintaban las meji­llas con el rojo intenso del uruku (planta de cuyas semillas se saca este pigmento). Nos pre­paraban para entrar y pisar en el recinto sagrado, nos adornaban para la fiesta y danzar des­calzos el ñembo'e puku. Nos recibieron las autoridades que estaban sentadas al lado del mba'e marangatu (especie de altar), donde colocaban los instrumentos rituales sagrados: mba-raka, takuapu, yvyra... (maracas, troncos de bambú y bastones). Frente a ellos nos invitaban a hacer una reverencia y luego el paje (chaman) nos bendecía y nos invitaba a tomar kanguy (chicha, bebida tradicional de maíz fermentado).
Al final de la tarde, cuando iniciaba la caída del kuarahy (sol), fuera de la casa sagra­da, iniciaban los cantos y las danzas. Al ponerse el sol todos entraban en la oga marangatu. Toda la noche cantando y danzando sin parar, en rigurosa formación: los hombres delante con sus maraka e yvyra, las mujeres detrás con sus takuapu golpeando rítmicamente el suelo... Toda la selva retumbaba sobrecogida con aquel canto-oración y ritmo sagrado... Todo el ritual terminaba al amanecer... Aquella primera experiencia la viví sobrecogido, entre asustado y admirado. Midiendo y registrando, cuidadosa y rigurosamente, todo lo que mis pobres y mio­pes ojos alcanzaban a ver.
Solamente años después, corrigiendo la miopía de la física y ampliando sus horizon­tes con la filosofía, teología y antropología, y sobre todo con la ayuda de los propios guaraní, pude comprender mejor aquella primera experiencia mirando un poco más allá... Los guara­ní Pai Tavytera, cantando y danzando-marchando, rememoraban el sentido de toda su exis­tencia e historia: Desde que fueron creados por Ñande Ru Guasu (Nuestro Padre Grande) en los tiempos inmemorables, fuera de la casa. El canto y la danza se iniciaban a la caída del sol, fuera de la casa sagrada, y todos de espaldas al sol. A continuación, se pasaba por esta vida, dentro de la casa. La puerta principal de entrada de la oga marangatu estaba orientada al poniente. Kuarahy oikevo (al ponerse el sol) todos entrábamos por ella y durante toda la noche se danzaba dentro de la casa en una simbólica y organizada marcha, siempre mirando al naciente... Al final de su caminar histórico donde vuelven a Ñande Ru Guasu, fuera de la casa. El ritual terminaba kuarahy osevo (al salir el sol, al amanecer).
Además, con el pobre conocimiento de la lengua guaraní que tenía en aquel tiempo, no conseguí entender el contenido y sentido del canto, ni de aquella danza-marcha continua, desde la entrada hasta la salida del sol, donde celebraban y socializaban toda su existencia e historia. Unos 15 años más tarde, a unos 4 mil Km de distancia, al norte de los Pai Tavytera, en pleno corazón de la selva amazónica, un paje del pueblo indígena Sateré-Mawé, me comentaba lamentándose de la actitud de unos agentes de salud (no indígenas) que habían venido a la aldea para atender unos casos de salud: "Ellos no saben mirar más allá de su microscopio, de su termómetro, de su balanza y cinta métrica... Ellos toman esas medidas, dan las pastillas y se van... No se quedan a nuestras fiestas de tukandera (hormiga venenosa utilizada en el ritual de iniciación masculino), donde danzamos todos juntos entrelazando nuestros brazos y entonando nuestros cantos, bañándonos de luna toda la noche e iluminán­donos de sol al despuntar el día... Ellos no comprenden que ahí se cura toda nuestra comu­nidad armonizándose entre sí, con la naturaleza y con todos los seres del firmamento... ¡Los agentes de salud llegan, miden y se van! No se quedan con nosotros a bañarse de luna e ilu­minarse de sol... Por eso no consiguen mirar más allá..."
Hoy, en nuestro contexto histórico, la historia se repite. Sin esa humilde capacidad para "mirar más allá" es imposible comprender a nuestros pueblos originarios de hoy o de ayer. Necesitamos superar la orgullosa "monocultura cientificista-positivista occidental", para abrirnos humildemente a una "ecología de saberes milenarios".
Al acompañar a los amigos investigadores de este trabajo en alguna de sus visitas "in situ", muchas veces he recordado lo que continuamente nos repetía el profesor de antropolo­gía cultural: "El antropólogo no debe usar el signo de exclamación (¡qué barbaridad!) y sí el de interrogación (¿por qué lo hacen así?)". Y también han resonado en mi las profundas pala­bras del filósofo: "El corazón (la intuición) tiene razones que la razón desconoce". Los auto­res de este valiosísimo trabajo, con pasión y aguda intuición apuntan "intuiciones que la razón desconoce"; y con profunda humildad y tenaz esfuerzo, dan luces para algunos "por qué" que nuestros antepasados isleños nos legaron.
Con profundo cariño y respeto quiero agradecer a todos estos amigos por el esfuerzo de ayudarnos a alargar nuestra mirada, hasta donde alcanzaban a ver nuestros "abuelos origi­narios": ¡Mirar más allá... al Sol".
femando lópez sj
Navidad de 2006

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