viernes, 9 de agosto de 2013

RESUMEN HISTORICO Y DOCUMENTADO DE LA AUTRONOMIA DE CANARIAS






Vamos a comentar la obra de don Manuel Velázquez Cabrera, un hombre soterrado bajo el silencio y el olvido, y que jugó un gran papel en la importante historia del régimen local de las Islas Canarias.
Para don Manuel, la isla es la más vigorosa personalidad geográfica que existe, sobre la que debe montarse su administración y gobierno. La isla está por encima de la Provincia y de cualquier otra división adminis­trativa. En algunos ejemplos se verá claramente su idea: la sanidad y bene­ficencia son insulares. Una carretera nace en la isla y muere en ella, y no tiene nada que ver con las carreteras de las demás islas y menos con las del resto de la nación, etc., etc.
En síntesis, esta fue la doctrina que sentó don Manuel Velázquez Cabrera, promotor y artífice de los Cabildos Insulares en su «plebiscito», duramente atacado cuando lo concibió e injustamente olvidado en los 59 años transcurridos desde entonces ahora, a pesar de que los Cabildos han sido las corporaciones que más han contribuido a resolver el «problema canario», y el único camino para terminar con él, el día que lleven los prin­cipios que anteceden a sus últimas consecuencias y se creen los instru­mentos y órganos de contacto con el Gobierno de la Nación.
Quien lea la obra que presento, verá que don Manuel Velázquez Cabrera fue un perfecto caballero, lleno de pundonor, que renunciaba los cargos o los dimitía, cuando contemplando el camino de la acción eficaz, preveía la imposibilidad de actuar o cualquier forma indigna de obrar. ¡Qué tiempos y qué hombre!
Poseía asimismo una voluntad indomable y pertinaz. La vida con sus crueldades y durezas le forjó y lo puso a punto para resistir sin desma­yo la lucha con unos cacicazgos bien enraizados y prestigiosos en mérito a
sus obras patrióticas, pero que al fin y al cabo, usaban y abusaban de los procedimientos propios de los caciques.
Don Manuel nació en Tiscamanita el 11 de noviembre de 1863, un diminuto lugar de la extensa y despoblada Fuerteventura, perteneciente al Ayuntamiento de Tuineje. Sufre la orfandad materna a los tres años; y mien­tras el padre, de los mismos nombres y apellidos, viaja de un sitio a otro espoleado por los negocios, que le conducen a la ruina y a la expatriación, allá en el interior de la República Oriental del Uruguay, donde trabajaban ya hombres que habían sido medianeros de sus fincas y algunos familiares.
Gracias a la solicitud y cariño de su hermano mayor, don Miguel, que regentaba el comercio de la casa y ejercía de hecho la «Patria Potes­tad», pudo recibir la indispensable instrucción primaria en las escuelas públicas de tres de los municipios majoreros: Tuineje, Pájara y Antigua.
Próximo a los doce años, llamado por el padre, va a su encuentro en compañía de su hermano Sebastián, de diecisiete años de edad. Por mu­cho espíritu aventurero que querramos atribuirle, el paso del uno al otro hemisferio, en un viaje trasatlántico que duró 18 días, debió presentarles situaciones angustiosas y críticas, siendo la mayor la que se produjo a la llegada: pocos días antes, el amantísimo autor de sus días, había muerto en el Hospital de la Misericordia de Montevideo.
Este, que podríamos llamar «extrañamiento» de Fuerteventura, dura casi un año, y los dos hermanos en edades tan tempranas conocen de sú­bito las asperezas que lleva consigo el trabajo para ganarse la propia vida; sueños que se rompen de golpe; responsabilidades que apresan la fértil imaginación de la niñez y de la juventud, angustias, orfandad y soledad, a pesar de lo buenos que fueron con ellos los amigos de su difunto progeni­tor, que les atendieron durante este tiempo.
Subrayo estos detalles de la vida de don Manuel, ya que los consi­dero elementos básicos de la formación de su carácter cauto, hábil, inteli­gente y tesonero.[…]

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