viernes, 30 de agosto de 2013

LA VIRGEN DE CANDELARIA Y LAS ISLAS CANARIAS





PRÓLOGO
El hallazgo por pastores guanches en el litoral del Valle de Güímar, su­ceso que la tradición ha venido sosteniendo, tuvo lugar un centenar de años antes de 1496, año de la conquista castellana de la isla de Tenerife por el Adelantado Alonso Fernández de Lugo, de una imagen policromada de Ma­ría y el Niño, sigue constituyendo un hecho capital en la evangelización y cristianización de las islas Canarias desde mucho antes de su incorporación al reino de Castilla, bajo el cetro de los Reyes Católicos.
Todos los historiadores que se han ocupado a lo largo de los siglos de los inicios de la andadura hispánica del Archipiélago, no han dejado de resaltar la presencia mañana de la Virgen de Candelaria en la sociedad indígena del menceyato de Güímar. Desde el meritísimo volumen que le dedicó el domi­nico fray Alonso de Espinosa, impreso en Sevilla en 1594 y fuente imprescin­dible para la prístina historia insular, y la Descripción de las islas Canarias escrita por el ingeniero italiano Leonardo Torriani en la misma década aun­que no editada hasta este nuestro siglo, hasta Abreu Galindo, Núñez de la Peña, el Padre Sosa, y el más autorizado historiador de los días de la Ilustra­ción José de Viera y Clavijo, han puesto muy fundamentado énfasis en la aparición de la Madonna de Candelaria y su adopción cultual por los indíge­nas tinerfeños.
Y es bien sabido que el misterio medieval de esta parusía mariana en mi­tad de una lejana colectividad atlántica, ignorante de la doctrina evangélica, suscitó también la inspiración poética del canónigo Bartolomé Cairasco de Figueroa o la del médico poeta Antonio de Viana, contagiando a los mismos dramaturgos como Lope de Vega o el autor de aquella Comedia de la Can­delaria que María Rosa Alonso, mi admirada profesora de días inolvidables en la recién nacida Facultad de Letras de La Laguna, dio a conocer en muy cuidada edición.
A la prosa y a los versos que desde el Renacimiento hasta el Neoclasicis­mo ilustrado dedicaron tantos autores en exaltación de la Candelaria morena venerada por los guanches del siglo xv, han venido a sumarse en el presente siglo otros volúmenes monográficos como el firmado por el historiador lagu­nero José Rodríguez Moure en 1913 y el que publicó en 1939 el entonces prelado de la diócesis nivariense, el dominico Fray Albino González Menén-dez Reigada.
Podría pensarse que con tan significativas contribuciones de historiado­res y poetas estaba ya dicho y divulgado todo lo más sobresaliente de la leyenda, la crónica y el culto de la Candelaria, y que poca acogida habrá de tener una nueva exégesis de la Virgen morena tinerfeña, motivo sonoro de la poesía y la canción popular. Sin embargo, en el considerable avance que en estos años ha experimentado la investigación sobre el pretérito isleño, desde los días fecundos en que mi entrañable maestro don Elias Serra Ráfols vincu­ló su primordial tarea al discurrir histórico de Canarias, en la que otros nom­bres ilustres le secundaron como Álvarez Delgado, Bonnet y Reverán, el Dr. Cioranescu, y tantos más, se ha venido a conocer en mucha mayor profundi­dad la arribada del Evangelio y la labor de los primeros misioneros, tan diáfa­namente desvelada por la pluma de Antonio Rumeu de Armas, hoy Director de la Real Academia de la Historia, en muchos de sus trabajos y especialmen­te en su luminoso estudio acerca del Obispado de Telde.
Por otra parte, la creciente indagación sobre los aspectos artísticos, plás­ticos y también iconográficos de la imagen adorada por guanches castellanos, sobre todo después de la Exposición que, con la estrecha ayuda del Dr. Rafael Delgado, tuve ocasión de presentar en 1963 en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife, y de las precisiones estilísticas e icónicas que di a co­nocer una docena de años después en el Anuario de Estudios Atlánticos que con increíble fecundidad capitanea asimismo Rumeu de Armas, creo que ha permitido asistir a una amplia revisión de los textos anteriores y justificar por tanto una profunda y actualizada investigación sobre la imagen venerada de la Candelaria y su recuerdo devoto en el Archipiélago Canario de nuestros días. Incluso limitándola al ámbito insular, porque seguir la huella candela-riera en las tierras hispanoamericanas, sin olvidar Brasil donde predicó, sufrió prisión y escribió sus largos versos en castellano, en portugués, en latín y en guaraní el hoy proclamado Beato por la Iglesia Católica Padre José de An-chieta, es labor que desborda los linderos de un solo libro y exige sin duda otra tarea tan interesante como difícil y dispersa que alguien culminará no muy tarde. Ello acarreará innúmeras satisfacciones, como la que pude sentir en tierras tan lejanas como Ecuador cuando tuve oportunidad de admirar, en la suntuosa mansión del pintor Oswaldo Guayasamín en los altos de Quito, un óleo de la antigua Candelaria tinerfeña envuelta en sus ropajes barrocos.
Esta es, por tanto, hora oportuna para que una joven historiadora isleña de nuestro Arte emprendiera la tarea de plantear desde un observatorio más cercano y erudito el tema tan de antes como de ahora de nuestra Virgen canaria. Ya había demostrado, su madurez investigadora y científica desde las páginas de la que fue, bajo la dirección experta del profesor y amigo Dr. Do­mingo Martínez de la Peña, coleccionista él mismo de lienzos de la Candela­ria, su Tesina de Licenciatura, titulada Estudio histórico - artístico de las er­mitas de Santa María de Gracia, San Benito Abad y San Juan Bautista. La Laguna, premiada con el Elias Serra Ráfols 1981, y publicó el Ayuntamiento lagunero. Muchas fueron las novedades documentales y críticas sobre arqui­tectura y construcción mudejar como de escultura y pintura, orfebrería y ar­tes decorativas que dio a conocer en vertebrada y diáfana ordenación.
Con el bagaje incorporado durante su carrera universitaria, abrillantada con calificaciones superlativas, y la experiencia asumida en el inventario y análisis del patrimonio de las tres venerables ermitas aguereñas, estaba en momento propicio para edificar este nuevo monumento bibliográfico a la Pa-trona del Archipiélago Canario, con ocasión precisamente de las conmemo­raciones centenarias de su Coronación Canónica y Pontificia de octubre de 1889, a las que ha querido muy acertadamente sumarse el Aula de Cultura del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife patrocinador de esta edición, que es­toy seguro alcanzará plena y universal acogida y merecerá sin duda más de una edición.
De una parte, el lector encontrará un riguroso y sabio estudio histórico-artístico de la antigua talla policromada que recibieron los guanches en el si­glo XV, testigo excelso de la acción misionera de las décadas en que San Diego de Alcalá, guardián del convento franciscano de Betancuria, se lanza­ba a sus acciones evangelizadoras y según alguno de sus biógrafos encabe­zó una expedición catequista que arribó hasta las playas de Tenerife. La au­tora se detiene en las particularidades icónicas de la Candelaria, sus enig­máticas epigrafías siempre misteriosas, y a la perduración del antiguo icono a través de una numerosa galería de esculturas, pinturas, grabados y medallas que nos han perpetuado su aspecto, con o sin sus ricos trajes barrocos y sus muchas joyas, hasta que el triste aluvión de 1826 la sepultó en las honduras del mar. Añade luego noticias inéditas de la nueva imagen tallada por el oro-tavense Fernando Estévez de Salas, que desde entonces rememora la faz mo­rena de la escultura gótica desaparecida.
En otra y segunda nutrida contribución, se enumeran y glosan todos los santuarios, ermitas, capillas y altares, que a lo largo y a lo ancho de las siete islas se elevaron en todos estos cinco siglos y proyectan la devoción canaria a su Madonna milagrosa. Especial atención dedica a la historia de los varios templos, museos de riqueza deslumbradora en momentos de esplendor, que en la misma playa de Candelaria cobijaron a la Virgen y a sus nunca escasos peregrinos, sin olvidar su primitivo recinto de la Cueva de San Blas, evoca­dor de la sociedad guanche que allí le dio culto en lo que fue una gruta de pastores y que merece un mayor cuidado y conservación como monumento único del pueblo guanche de extraordinario valor arqueológico, histórico y religioso.
Entre todos los santuarios que en las siete islas llevaron y llevan la advo­cación de Santa María de Candelaria permítaseme tener una mención parti­cular para un templo que me es muy entrañablemente querido, el de la Vir­gen de la Candelaria del Lomo, en la Villa de Arriba de La Orotava, en que descansa quien fue su edificador, mi tío el Canónigo Honorario de la S.I. Ca­tedral de Tenerife y muchos años Párroco de San Juan del Farrobo, D. Do­mingo Hernández González, sepultado al pie del altar donde es venerado desde principios del siglo xvm el óleo oval que retrata a la Virgen y que ahora sabemos, por investigaciones de Manuel Hernández González, fue pin­tado por Jerónimo Cabrera. Nacido a muy pocos metros de la antigua capilla, en la vecina calle del Lomo, no regateó esfuerzos por reedificarla y ampliar­la y contribuyó a alhajarla con imágenes de los nuevos beatos tinerfeños José de Anchieta y Hermano Pedro, y con otras donaciones, como el San Francis­co de Asís del escultor orotavense Francisco Perdigón Gramas, muerto en América, se ha ido incrementando su patrimonio artístico, ya prestigiado con la «Penitencia de Santo Domingo» pintado por el zurbaranesco orotavense Gaspar de Quevedo a mediados del siglo xvn.
Sólo me queda felicitar sincera y calurosamente a la Dra. Riquelme por culminar su hermoso trabajo sobre la Virgen de Candelaria y también al Ca­bildo tinerfeño por el patrocinio de una edición que le honra y nos honra a todos los canarios. Mucho más a quien tuvo el gozo de orientar una investi­gación que me llega muy hondo, como nacido en La Orotava, la Villa que anualmente se postra agradecida ante la otra Candelaria tallada por Fernando Estévez en conmemoración del volcán de Güímar de 1706, y que por haber nacido un dos de febrero se llama
jesús A. maría de candelaria hernández perera
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid


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