miércoles, 10 de abril de 2013

RODRIGUEZ MOURE Y LA LAGUNA DE SU TIEMPO





Como es bien conocido, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, establecida en San Cristóbal de La Laguna en 1777 y en cuya fundación desempeñaron un papel relevante José Van de Walle de Cer-vellón, Manuel Pimienta y Oropesa, Tomás de Nava y otros ilustrados, co­menzó su andadura con brío notable e intentó ser fiel a los postulados de la Ilustración, interviniendo en los campos más variados de la vida insular y re­gional, aportando ideas, sugiriendo soluciones a sus múltiples problemas y, sobre todo, demandando para Canarias el respeto a sus singularidades. Im­pulsos iniciales que se fueron atemperando con el paso del tiempo.
Más tarde, en el siglo xix, alternó etapas de gran actividad con otras de marasmo. Algunas de estas últimas tan acusadas, que estuvieron a punto de ha­cerla desaparecer. Sin embargo, el espíritu inicial de trabajar por el engrandeci­miento del país que siempre ha anidado en algunos de sus miembros más sig­nificados, permitiría superarlas y alcanzar la centuria actual, de etapas igualmente difíciles, solventadas gracias al talante de quienes continuaban im­buidos del ideal de servicio a la sociedad canaria que determinó su fundación.
Paradójicamente, la tradición, que sin duda ha contribuido a cimentar su permanencia, ha sido también la causa de algunos de sus períodos de amena­zadora zozobra. No por ella misma, sino porque en ocasiones ha llegado a confundirse con el inmovilismo... Éste, entre otros, ha sido el caso de una de sus secciones más importantes —la de archivo, biblioteca y hemeroteca—, cuyo progresivo estado de deterioro, originado por las acusadas deficiencias de las antiguas instalaciones donde se hallaba y la longevidad de los propios fondos, motivó que unas pocas personas vinculadas a la misma, a principios de la década de los ochenta, decidieran iniciar una serie de estudios prácticos destinados a su salvación. Fueron, no obstante, unos intentos tímidos —con­dicionados por diversas circunstancias e incomprensiones—, pero funda­mentales por haber contribuido a crear un necesario grado de concienciación. Movimiento a través del que Manuel de Quintana Sáez, su principal impulsor, pretendía adecuarla a los tiempos actuales sin renunciar, en ningún mo­mento, a su bagaje, y en el que el inolvidable Leopoldo de la Rosa Olivera implicó desde los primeros momentos a uno de nosotros. Luego, en la etapa del director Leoncio Afonso Pérez, se realizaron algunos trabajos puntuales, pero ha sido en los últimos años, durante la dirección de Sebastián de la Nuez Caballero, cuando el programa trazado en su día ha comenzado a lle­varse a la práctica con evidente eficacia.
Los planteamientos de partida estaban claros: la Económica debía seguir siendo un órgano práctico de debate y reflexión sobre los problemas insula­res, pero también servir a la sociedad desde otras vertientes, acordes con su propia realidad y las nuevas demandas de la misma. Por ello precisamente, entendimos desde antes de iniciar nuestro trabajo, que la responsabilidad contraída al aceptar los legados documentales y bibliográficos que hoy cus­todia, la obligaban a contribuir al enriquecimiento cultural de las Islas, facili­tando su estudio responsable y el acceso al resto del patrimonio que atesora, reunido a lo largo de sus doscientos veinte años de vida.
Este último ha sido el objetivo que ha conducido a la catalogación de su patrimonio artístico, a la de los fondos bibliográficos en castellano y en fran­cés del legado de Nava —en el mandato del profesor Afonso Pérez—, así como a la organización de la hasta hace pocos años inexistente sección de hemeroteca, cuya colección de periódicos y revistas —canarios, peninsula­res, europeos y americanos— comprende una cronología que abarca desde finales del siglo xvm hasta la actualidad.
Al propio tiempo, se han adecuado sus instalaciones —económicamente financiadas por CajaCanarias—, siguiendo un plan de trabajo surgido de la conjunción de ideas de un equipo interdisciplinar, compuesto por especialis­tas en arquitectura, archivística, biblioteconomía, conservación y restaura­ción documental. Labor fundamental en lo que consideramos sólo una pri­mera fase, que confiamos sea continuada y potenciada utilizando las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías. Todo ello, claro está, com­plementado con el establecimiento de un horario adecuado a las demandas de los estudiosos, así como con la actuación cultural inherente a los archivos y bibliotecas de sus características.
Precisamente la obra que presentamos, elaborada a lo largo de los últi­mos años, tiene la indicada finalidad: facilitar la investigación, mediante la descripción de los centenares de documentos y publicaciones reunidas du­rante su dilatada vida por el jurista y sacerdote Don José Rodríguez Moure. Muchísimos de ellos, procedentes de los archivos de Núñez de la Peña, Viera y Clavijo, hermanos Guerra, Nava, Tavira, Martínez de Fuentes, Dugour, Pe-reira Pacheco y otros eruditos. Documentación de muy difícil consulta hasta el momento, dadas sus características y lamentables condiciones de organi­zación, que tras una larguísima y ardua tarea de indentificación, ordenación
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