jueves, 28 de marzo de 2013

LA PIEDRA ZANATA






Prólogo
Desde 1993 la atención de los investigadores que se ocupan del mundo fenicio-púnico se ha orientado por primera vez y de forma preferente hacia el área atlántica. En efecto, los especialistas han empezado a reconocer no sólo la importancia de Gadir en el marco de las actividades coloniales, comerciales y productivas del mundo fenicio-púnico en general, sino la existencia de un gran mercado en el Atlántico, equiparable, por su envergadura y extensión, al que impulsó Cartago en el Mediterráneo central.
Los recientes hallazgos en Portugal han abierto cauces insospechados a la investigación arqueológica y demostrado la complejidad y amplitud de la empresa colonial y comercial fenicia en el Atlántico. Prácticamente todos los territorios del Centro-Sur de Portugal, desde el estuario del Guadiana hasta la zona de Conímbriga y Santa Olaia, en el Mondego, ejercieron desde los siglos VII-VI como auténticos intermediarios comerciales, que canalizaban hacia las tierras ricas en cobre, estaño, plomo, plata y oro del interior las mercancías fenicias y púnicas de procedencia gaditana. La misma Lisboa, en el delta del Tajo, no se libró de esta actividad, a juzgar por los materiales identificados en la zona de la catedral. La intensidad de este tráfico comercial se manifiesta a través de la necesidad de fundar, hacia el 650 a.C., un pequeño establecimiento comercial fenicio en Abul, cerca de la desembocadura del Sado, muy cerca de los importantes centros indígenas de Alcacer do Sal y de Setúbal.
Nada impide imaginar un panorama similar en la zona atlántica al Sur de Gadir. Antes al contrario, los establecimientos de Lixus y Mogador muestran desde el siglo VII a.C. muchos elementos en común con el área gaditana, lo que indica que, desde época muy temprana, Gadir capitalizó el rico potencial del Marruecos atlántico, cuya explotación -oro, marfil, recursos pesqueros- debió reportarle considerables beneficios.
A partir de los siglos V-IV a.C. el panorama cambia radicalmente, al reorientarse la demanda de los grandes centros mediterráneos de Grecia, Italia y Oriente, ya no exclusivamente hacia los metales nobles y los bienes de prestigio, sino y sobre todo hacia los bienes de subsistencia y, en particular, hacia los productos derivados de la pesca, cuya producción y comercio tan famosas harían a las ciudades del litoral de Andalucía. De una producción descentralizada y dispersa de determinados productos y materias primas, se pasa ahora en las ciudades púnicas a un sistema mucho más centralizado, que pone en circulación mercancías de menos valor -salazones, garum- en un ámbito mediterráneo mucho más extenso. Una situación que exigirá concentrar el comercio y la producción en unos pocos centros -Gadir, Malaka, Sexi, Abdera-, que acabarán transformándose en ciudades portuarias, con la consiguiente desaparición de las pequeñas colonias de época arcaica.
La gran beneficiada de la nueva situación económica será Gadir, una ciudad nacida con vocación atlántica y dueña de unas rutas marítimas frecuentadas, desde tiempos remotos, por sus naves, con las que Gadir había extendido su esfera de influencia hasta los confines más remotos del océano. Las fuentes clásicas de época helenística y romana son unánimes en reconocer como base principal del desarrollo económico de la ciudad la explotación a gran escala de los grandes bancos de peces -en particular atunes y escombrios- de la costa atlántica africana.
En este contexto destaca la oportuna publicación de este libro y de las importantes y valientes hipótesis que en él se defienden en relación con el poblamiento canario y su implicación en el comercio y producción púnicos. Oportuna, porque no deja de ser preocupante que todavía hoy algunos autores discutan la viabilidad o no de la navegación fenicio-púnica en aguas canarias. En este sentido, resulta significativo el silencio de los estudiosos del mundo fenicio, que por lo general apenas se han pronunciado en esta dilatada controversia. Significativo, porque ningún especialista puede poner en duda ni la capacidad técnica y los conocimientos náuticos de los fenicios para navegar en alta mar, ni los intereses económicos que les movieron a viajar hasta lugares remotos del océano, como Mogador. Además, el establecimiento de Lixus como centro permanente implicaba una navegación regular desde Cádiz en dirección Sur, así como un conocimiento bastante pormenorizado de las corrientes y de los vientos dominantes en la región del litoral atlántico de Marruecos y Mauritania.
Si los fenicios fueron capaces de llegar a lugares remotos de Portugal y asentarse en islas deshabitadas e inhóspitas como Mogador, no parece descabellado suponer que llegaran también al archipiélago canario. La gran riqueza en túnidos y escómbridos de las Islas Canarias, que fueron la base para la fabricación del famoso garum, obliga a contemplar el archipiélago como una fuente posible de suministro de recursos pesqueros para Cádiz. Los indicios de cambio económico observados en las islas en el siglo III a.C., con la introducción de nuevas especies de animales domésticos, y la aparición por esas fechas del signo de Tanit y de ánforas púnicas en Tenerife no hacen más que confirmar unas actividades cuyo desarrollo coincide precisamente con la época en que documentamos en el Mediterráneo un aumento considerable de la demanda de productos derivados de la pesca. Una demanda que pudo haber obligado a los consorcios pesqueros gaditanos a explotar nuevos bancos de pesca en el océano. La iconografía eminentemente gaditana que aparece en la Piedra Zanata, con todo su significado simbólico, religioso y político, no hace más que reafirmar la hipótesis defendida en este libro, una hipótesis atractiva porque alude a una de las costumbres más extendidas del mundo fenicio-púnico, esto es, la utilización de mano de obra indígena -en este caso guanche/bereber-en los principales lugares de producción de sus territorios coloniales.
María Eugenia Aubet
Catedrática de Prehistoria
Univ. Pompeu Fabra, Barcelona

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