sábado, 9 de marzo de 2013

AGUSTÍN MILLARES TORRES Y SU OBRA




UNA GENERACIÓN DE LIBERALES HETERODOXOS
   Una inmediata reacción de sorpresa ante la ingente labor cultural del hombre que ahora nos ocupa, debe, si no mitigarse, al menos ser adecuadamente inscrita, disuelta, en el seno del esbozo biográfico colectivo de toda una generación de intelectuales isleños que, en el remodelamiento contemporáneo de Ca­narias, jugó un papel a su manera, no más allá de lo que las condiciones objetivas pudie­ron permitirle.
Agustín Millares Torres (1826-1896), un intelectual de clase media que protagonizó las contradicciones de nuestra burguesía li­beral decimonónica, compuso música, escri­bió novelas, cuentos, dramas y poemas, par­ticipó en la fundación o reorganización de varias sociedades, dirigió periódicos y pudo, contra viento y marea, dejar constancia de una singular tarea historicista que se proyecta en ámbitos diversos. ¿El sólo? No, desde luego. Formaba parte de una élite cuya praxis se frustró en sus más trascendentales posi­bilidades, dejando aquí y allá algunos islotes que debemos rescatar a toda costa.
Con un 87 por 100 de analfabetos en 1860, que en 1900 apenas había bajado al 75'26 por 100, y como realidad endémica uno de los más bajos niveles de escolarización del país, era lógico el aislacionismo social de la intelectualidad urbana canario, frente al grue­so de una población eminentemente campe­sina. A partir de un tráfico comercial contra­dictorio desde la Ley de Puertos Francos (1852), el «boom» de la cochinilla, el desarro­llo de los puertos y el inicio de los nuevos cul­tivos, se crearán circuitos económicos per­manentes sobre los que fluirán corrientes cul­turales europeas, reafirmando la vocación cos­mopolita de nuestras clases medias pensan­tes, verdaderas generadoras de la fenome­nología cultural del XIX. La ruptura de los es­trechos moldes dieciochescos, la formación de un esbozo de opinión pública en torno al periodismo local, la multiplicación de centros docentes en relación con épocas anteriores, la organización de sociedades culturales y

bibliotecas públicas, abrirán perspectivas has­ta entonces inéditas para una exigua minoría, marginada, recalquemos, de un contexto tí­picamente agrario en donde los núcleos de más de 10.000 habitantes eran sólo tres, se­gún el censo de 1887.
Esa intelectualidad canaria, cuyas po­sibilidades de elaboración autóctona se vie­ron truncadas en gran parte por la bipolari-dad o multipolaridad isleña, resultante de un espacio económico y cultural atomizado o bipartito, comenzó a dar pruebas de un que­hacer novedoso, engarzado con los prece­dentes de la Ilustración, en el decenio 1842-1852. La «Revista Isleña», orientada por Rafael Calzadilla y José Plácido Sansón, así como las reediciones de Espinosa y Núñez de la Peña, las impresiones de Sosa, Abreu Galindo y Castillo, las traducciones de Webb y Berthelot, etcétera, debidas a la Biblioteca impulsada por Pedro M. Ramírez, patentizan la eclosión del romanticismo en Santa Cruz de Tenerife con una caracteriología inicial de mayor relieve que la de sus representan­tes grancanarios; pese a valiosos precedentes individuales encarnados en primera instan­cia por Graciliano Afonso, cuyo papel como progenitor de un sustrato cultural o de un modo de entender lo canario debe ser estu­diado urgentemente.
Pero la vuelta al medievo propia de la ideología romántica en Europa debía ser ne­cesariamente en las islas la vuelta a la civi­lización aborigen, la vuelta a las obras de Cai-rasco, Viana o Viera y, a través de ellas, el rescate de los héroes prehispánicos —Tin-guaro, Doramas, Bencomo, Tanausú—, con­vertidos en enclaves de articulación para las peculiaridades de un pasado que se preten­día estimular en el presente. Sobre esta pers­pectiva, el horizonte cultural inicialmente re­tardatario de Las Palmas no es lo más rele­vante; lo peculiar es su no generalización al conjunto en el seno de una realidad en donde, el descubrimiento de la región que operan sucesivamente las sensibilidades romántica [….]

(6 tomos)

VII

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