domingo, 31 de marzo de 2013

CULTURA,POLITICA Y RELIGION




PRÓLOGO
D. J. Ma. Ga. Gómez-Meras
El 11 de septiembre de 2001, al mediodía, cuando las familias departían alrededor de la mesa, unas imágenes de televisión cortaron las palabras y el aliento. ¿Realidad o ficción? ¿Intermedio publicitario de la Guerra de las Galaxias de turno? Primero fue la sorpresa, des­pués la incredulidad, en seguida la duda, pronto la certeza. Una pre­gunta angustiosa acudió a la boca ¿inicio de la tercera guerra mundial? No. Se trataba de la acción terrorista más espectacular, atrevida y cruen­ta cometida hasta el presente. Sus objetivos eran los centros de poder económico, militar y político de la potencia hegemónica: los EE. UU. de América. Y a continuación desfilaron por la pequeña pantalla escenas de pánico, horror, tragedia y solidaridad.
Lo que vino después, no precisa ser recordado. Son episodios de aquella misma desventurada aventura, que Th. Adorno, a mediados del siglo XX, calificaba como experiencias trágicas de la barbarie: los nuevos rostros de la guerra, la inseguridad e intolerancia en la vida cotidiana, los fenómenos de terrorismo, sea en versión fundamentalista religiosa, sea en forma de nacionalismo exasperado. En esa metamor­fosis del conflicto encajan la guerra de Afganistán, la nueva Intifada, el fracaso de las vías diplomáticas en el problema de Irak, la debilidad de la ONU para encontrar soluciones, la erosión de la unidad de Euro­pa y el último episodio trágico: la segunda guerra del Golfo y las trági­cas e incontrolables secuelas de la misma.
Una pregunta inquietante, sin embargo, acosa a las mentes: ¿por qué suceden estas cosas?
A finales del siglo XX, tras la caída del muro de Berlín, el panora­ma internacional presagiaba tiempos tranquilos. El enfrentamiento entre los Bloques quedaba atrás, la democracia ampliaba sus fronte­ras, el desarrollo económico evolucionaba con ritmos razonables y bue­na parte de los litigios post-coloniales eran desactivados. Incluso algu-[…]

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