Me parece que el autor de este libro ha
intentado acercarse al tema de la religión de los guanches utilizando criterios poco comunes hoy entre arqueólogos.
También se ha armado de una modestia poco frecuente entre la gente que se
ocupa de estos temas: no ha querido dar mayor pretensión a su trabajo que la de
simple ensayo
preliminar, cosa muy de
agradecer en los tiempos que corren.
La acumulación grande de datos
que ha producido la arqueología contrasta fuertemente con la ingenuidad de sus
hipótesis y sus argumentos teóricos.
Parece haber pasado la época en que algunas intuiciones brillantes y
elementales guiaron hasta donde pudieron, la ordenación
de esta materia. El panorama que hoy se nos ofrece a los que nos asomamos desde fuera a estos dominios
no es nada edificante, más que cosas nuevas, parecen divisarse entre nubosas nomenclaturas, los mismos perros con diferentes
collares. Leyendo a Marx a través de
Binford u otros autores de su estilo mal se oirá el eco de Hegel; del mismo modo, leyendo a Binford a
través de ciertos proyectos para inocentes de algunos arqueólogos españoles, Marx queda en tal lontananza que el materialismo
dialéctico parece un puesto de tejeringos.
En estos lamentables casos, mezclados siempre
con alguna rudimentaria
ideología, no cuenta lo que ha llegado a saber la gente que se dedica a otras materias, ni por afines que
sean a la propia arqueología; así estamos
acostumbrados a ver cómo, a menudo, ni siquiera las fuentes que acopian historiadores y filólogos son dignas de consideración, tanto menos los conocimientos
acopiados por la antropología o la sociología. Lo más cómico de la cuestión
(supongo que dramático para los profesionales del asunto que aún mantengan la cabeza despejada), es ver cómo se
reivindica por aquí y por allá la
aplicación de estas materias a la arqueología sin que se pase de intercalar cuatro frasee/tas sacadas de la
lectura apresurada de algún librito
de Marvin Harris, antropólogo de moda si los hay, del que los nuevos arqueólogos más que aficionados parecen
adictos.
Por el contrario, el autor de
este libro ha hecho un esfuerzo por volver a las fuentes históricas ya
conocidas, intentando sacar mejor partido de los datos arqueológicos antiguos y
recientes.
No es difícil hacerse una idea
de los problemas que entraña el tema de los guanches, pues aunque poseamos sobre
ellos fuentes escritas, es claro que a pesar de su proximidad en el tiempo a
nosotros, sabemos de ellos mucho menos que
de pueblos y culturas más remotas pero que
manejaban la escritura y escribieron sobre ellos mismos. Por el contrario, lo poco que sabemos sobre los guanches lo sabemos por quienes fueron a entrometerse en
sus vidas sin que nadie los hubiera llamado. Como en otros muchos casos de contacto entre culturas muy distintas, sólo tenemos la
versión de los que sabían escribir.
Pero esto que ya de por sí nos condena a tener una versión parcial y
seguramente interesada de cómo vivía aquella gente es doble inconveniente cuando se trata de averiguar, como en este caso, cuáles fueron sus creencias religiosas.
Para colmo, la mayor
parte de lo que nos ha llegado
escrito sobre tales creencias, fue escrito por un hombre de religión, el padre Alonso Espinosa, más interesado, evidentemente,
en mostrarnos que entre aquellos salvajes había también Virgen, Dios y Demonio
similares a los cristianos, que en proporcionarnos una descripción
etnográfica. Todas las
precauciones que se adopten ante fuentes de este tipo serán pocas. No se trata
de dudar de la buena fe del padre Espinosa, sino de evaluar su capacidad para interesarse por cosas que no estuvieran directa
o indirectamente relacionadas con su misión de apostolado. Yo no sé si se sabe
algo más sobre Espinosa de lo que viene en la Biblioteca Americana... de Beristain de Sousa (1.416), pero creo que cualquier cosa que nos acercara a la vida y la forma de ser de este religioso vendría bien para hacerse una idea del
valor de su testimonio.
Por otra parte, aunque sabemos
que la conquista fue en muchos aspectos, sangrienta, me parece que algo aún más terrible debió
pasar allí para que la lengua guanche desapareciera en apenas un siglo. Sólo la desintegración
sistemática de las unidades familiares (al estilo de lo que se hizo con los
moriscos de Granada en las últimas guerras), o la eliminación física de la mayor parte de la población, podrían explicar este
hecho. Tras la suavidad y el pintoresquismo de Espinosa deAbreu o de Núñez de la Peña, se adivina una truculencia de ordago. Lope que siempre tuvo un
olfato excelente[…]
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