lunes, 1 de abril de 2013

LA RELIGION DE LOS GUANCHES, RITOS, MITOS Y LEYENDA





Me parece que el autor de este libro ha intentado acercarse al tema de la religión de los guanches utilizando criterios poco co­munes hoy entre arqueólogos. También se ha armado de una mo­destia poco frecuente entre la gente que se ocupa de estos temas: no ha querido dar mayor pretensión a su trabajo que la de simple ensayo preliminar, cosa muy de agradecer en los tiempos que co­rren.
La acumulación grande de datos que ha producido la arqueolo­gía contrasta fuertemente con la ingenuidad de sus hipótesis y sus argumentos teóricos. Parece haber pasado la época en que algunas intuiciones brillantes y elementales guiaron hasta donde pudieron, la ordenación de esta materia. El panorama que hoy se nos ofrece a los que nos asomamos desde fuera a estos dominios no es nada edificante, más que cosas nuevas, parecen divisarse entre nubosas nomenclaturas, los mismos perros con diferentes collares. Leyendo a Marx a través de Binford u otros autores de su estilo mal se oirá el eco de Hegel; del mismo modo, leyendo a Binford a través de cier­tos proyectos para inocentes de algunos arqueólogos españoles, Marx queda en tal lontananza que el materialismo dialéctico parece un puesto de tejeringos.
En estos lamentables casos, mezclados siempre con alguna ru­dimentaria ideología, no cuenta lo que ha llegado a saber la gente que se dedica a otras materias, ni por afines que sean a la propia ar­queología; así estamos acostumbrados a ver cómo, a menudo, ni si­quiera las fuentes que acopian historiadores y filólogos son dignas de consideración, tanto menos los conocimientos acopiados por la antropología o la sociología. Lo más cómico de la cuestión (supon­go que dramático para los profesionales del asunto que aún manten­gan la cabeza despejada), es ver cómo se reivindica por aquí y por allá la aplicación de estas materias a la arqueología sin que se pase de intercalar cuatro frasee/tas sacadas de la lectura apresurada de algún librito de Marvin Harris, antropólogo de moda si los hay, del que los nuevos arqueólogos más que aficionados parecen adictos.
Por el contrario, el autor de este libro ha hecho un esfuerzo por volver a las fuentes históricas ya conocidas, intentando sacar mejor partido de los datos arqueológicos antiguos y recientes.
No es difícil hacerse una idea de los problemas que entraña el tema de los guanches, pues aunque poseamos sobre ellos fuentes escritas, es claro que a pesar de su proximidad en el tiempo a noso­tros, sabemos de ellos mucho menos que de pueblos y culturas más remotas pero que manejaban la escritura y escribieron sobre ellos mismos. Por el contrario, lo poco que sabemos sobre los guanches lo sabemos por quienes fueron a entrometerse en sus vidas sin que nadie los hubiera llamado. Como en otros muchos casos de contac­to  entre culturas muy distintas, sólo tenemos la versión de los que sabían escribir. Pero esto que ya de por sí nos condena a tener una versión parcial y seguramente interesada de cómo vivía aquella gen­te es doble inconveniente cuando se trata de averiguar, como en este caso, cuáles fueron sus creencias religiosas. Para colmo, la mayor
parte de lo que nos ha llegado escrito sobre tales creencias, fue escrito por un hombre de religión, el padre Alonso Espinosa, más interesado, evidentemente, en mostrarnos que entre aquellos salvajes había también Virgen, Dios y Demonio similares a los cris­tianos, que en proporcionarnos una descripción etnográfica. Todas las precauciones que se adopten ante fuentes de este tipo serán po­cas. No se trata de dudar de la buena fe del padre Espinosa, sino de evaluar su capacidad para interesarse por cosas que no estuvieran directa o indirectamente relacionadas con su misión de apostolado. Yo no sé si se sabe algo más sobre Espinosa de lo que viene en la Biblioteca Americana... de Beristain de Sousa (1.416), pero creo que cualquier cosa que nos acercara a la vida y la forma de ser de este religioso vendría bien para hacerse una idea del valor de su testimo­nio.
Por otra parte, aunque sabemos que la conquista fue en mu­chos aspectos, sangrienta, me parece que algo aún más terrible de­bió pasar allí para que la lengua guanche desapareciera en apenas un siglo. Sólo la desintegración sistemática de las unidades familia­res (al estilo de lo que se hizo con los moriscos de Granada en las últimas guerras), o la eliminación física de la mayor parte de la po­blación, podrían explicar este hecho. Tras la suavidad y el pintores­quismo de Espinosa deAbreu o de Núñez de la Peña, se adivina una truculencia de ordago. Lope que siempre tuvo un olfato excelente[…]


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