Cada hombre debe vivir dos vidas. Una vida callada y
otra vida hablada. Una para observar y otra para expresar. Una para reflexionar y atrapara comunicar. Una para
tomar y otra para dar.
Lo que sucede, cuando sucede, deja de suceder. Lo que se hace, cuando se hace, se deja de hacer. El presente,
al instante, deja de ser presente. El presente, al
instante, es pasado. Y el pasado pronto se
diluye en las aguas empozadas del olvido. La palabra hablada, apenas
sale de los labios humanos, queda sepultada en el silencio de los siglos. Sólo
la palabra escrita permanece. Sólo la palabra escrita hace el gran milagro de convertir el pasado en presente y el prodigio de
que el presente sea siempre presente.
Escribir se
convierte de este modo en una obligación de los
seres humanos. Cada hombre o mujer tiene la obligación de narrar el
acontecer de su vida. Y no por la importancia que pueda tener su vida, sino porque cada vida no es una vida aislada sino una superposición de vidas. Cada uno
vive su vida y las vidas de otros. Y no sólo interesan los hechos confundidos entre
las vidas sino aquellas vivencias tangenciales que han tenido influencia recíproca en el devenir de cada uno. Nadie es el mismo de antes, después de hablar con otro. El
uno y el otro se modifican por la
fuerza de la comunicación. Cada uno, en el transcurrir de los años, es más aleación de varios que materia prima
de uno.
En la profundidad lejana de mi conciencia está
aposentado lo que simbolizó Pérez Cácerespara el pueblo de Tenerife […]
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