Chaurero
n Eguerew
De
tal palo…tal astilla
Hay pocas
diferencias entre quienes hacen la historia y los que la escriben. Más que un
hilo, una confusa madeja los separa, que en la mayoría de los casos, se diluye
cual alucinación, cual espejismo, que son los eventos que entran en juego entre
lo real y lo imaginario, entre lo que sucede y lo que se inventa, para dar paso
a narraciones de exaltación social y humana que lidian entre lo apologético y lo
alegórico.
Germán Santiago.
De casta le
viene al galgo tener el rabo largo, este refrán popular pretende reflejar que
las cualidades positivas o negativas de un individuo pueden ser heredadas por
sus hijos, máxime en las sociedades machistas donde a los hijos se educan para
que sean fieles reflejos de sus padres, especialmente en los aspectos sociales
donde el predominio masculino relega a la mujer a la condición de semi esclava,
nacida para ser sierva del padre y hermanos, del marido y de los hijos, con lo
cual de padres dominantes y maltratadores se forman hijos de igual condición.
En la colonia canaria estos condicionantes sociales se dan en la cultura
europea impuesta, más específicamente en los núcleos urbanos, escapando un poco
de la tónica general los rurales donde aún perduran ciertas tradiciones
sociales netamente canarias y ancestrales.
Estos
parámetros de predominio masculino no estaban presentes en la antigua cultura
guanche donde la mujer gozaba del máximo respeto y estaba totalmente equiparada
al hombre además de ser la trasmisora del linaje y la herencia de la tierra,
pues no en vano la sociedad guanche era matrilineal.
Desde tiempos
inmemoriales las colonias ha sido campo de oportunidades de aventureros sin
escrúpulos, segundones de pretendidos linajes y funcionarios ansiosos de
medrar, en aquella época no eran pocos los hijodalgo aventureros
españoles y portugueses establecidos en las isla o no que recorrían las
costas y campos desprotegidos del archipiélago robando a los ricos
colonos y los barcos que transportaban los azucares y vinos producidos en la
colonia hacía Europa o a la otras colonias españolas en América.
Algunos de
ellos cuando ya habían amasado una mal adquirida y considerable fortuna
deseando disfrutar de una vida alejada de aventuras, o deseosos de asentar la
cabeza (a la manera española, como diría Machado) una de sus primeras
inversiones consistía en adquirir títulos de nobleza, pretensiones a las que la
corona española no acostumbraba a poner muchos inconvenientes siempre que
dichas pretensiones fuesen acompañadas de buenos doblones de oro con que
alimentar las arcas reales siempre hambrientas.
Quizás el
obstáculo más importante a superar por los pretendientes a la nobleza
castellana aunque esta fuera de segundo o tercer orden era el del expediente de
limpieza de sangre, obstáculo fácilmente superable para los expertos
genealogistas -la mayoría de ellos clérigos de la iglesia católica- que a
cambio de buenos dineros eran capaces de convertir a un destripa terrones en
descendiente de las más rancias casas solariegas de la península ibérica. Un
método habitual para hacer desaparecer indeseadas ascendencia era el saqueo y
en ocasiones la quema de los archivos parroquiales, únicos registros familiares
existentes en aquellos tiempos. Por otra parte, la apropiación de la
descendencia de determinados linajes basados en la coincidencia de apellidos
era práctica habitual en una sociedad colonial donde el prestigio social no iba
unido a una actividad intelectual o productiva para la colectividad, sino en
función de un origen español, especialmente cuando este iba unido a un supuesto
linaje reconocido.
Lo expuesto
anteriormente viene a cuento o mejor dicho me sirve de excusa para rescatar un
interesante artículo del historiador criollo canarii D. Agustín Millares Torres
en el cual trata de una historia “secreta” de algunas familias de colonos cuyos
preceptos morales estaban basados en la doble moral cristiana, preceptos que
aún animan a gran parte de la sociedad canaria actual.
Apellidos
Bastardos
“Al casarse por segunda vez doña Beatriz de Bobadilla con el Adelantado, Alonso Fernandez de
Lugo tenía dos hijos de su primer marido,
el ajusticiado Hernán Peraza, llamados Guillen e
Inés, quienes después de la muerte de su madre
solicitaron y obtuvieron por tutor a su padrastro
don Alonso.
Don Guillen, habiendo cumplido sus 14 años en 1505, se emancipó de aquella tutela y entró en la libre posesión de sus estados,
tomando el título de conde de La
Gomera , mientras su
hermana doña Inés casaba con don Pedro
de Lugo, hijo segundo del Adelantado y heredero de todos los honores y
mayorazgos de su casa, por muerte de su
hermano don Fernando.
No podía don Guillen con su título, rango y pretensiones nobiliarias permanecer mucho tiempo oscurecido en aquella pequeña isla apartada de todo trato social, habitada por gente ruda y salvaje y de limitado horizonte, y así por ello a nadie pareció extraño que hiciera un viaje a Gran Canaria, a donde le llamaban arreglos y litigios con su tutor, cobranza de rentas y cuestiones sobre diezmos de orchilla con el Cabildo y su obispo.
Esperábale en Las Palmas una aventura singular, propia de su juventud y
audacia.
Vivía en aquella ciudad una doncella
hermosa y deuda suya, llamada doña
Beatriz Fernández de Saavedra, cuya historia
secreta se contaba de este modo:
Entre las personas principales que siguieron a
doña Inés Peraza en su primer viaje a Lanzarote se distinguía su primo, Luis González Martel de Tapia, a quien nombró gobernador de la isla del Hierro. Casóse allí con una bellísima isleña y de esta unión nació Rufina de Tapia, tan bella como
su madre. Andando el tiempo esta joven casó
a su vez con Diego de Cabrera, gobernador de Lanzarote, y por segunda vez en Canaria con el portugués Manuel de la Noroña , hermano de Simeón
González de la Cámara
, gobernador de La Madera. Tratando de volver al Hierro y esperar allí órdenes de su último marido, salió
de Las Palmas con dirección al puerto de las
Isletas, donde debía embarcarse, acompañada de una vistosa comitiva.
Rondaba por entonces estos mares un hidalgo lusitano, llamado Gonzalo Fernández de Saavedra, que con dos carabelas armadas en corso asaltaba
las embarcaciones, robando y saqueando cuanto
al paso encontraba y llevando el terror hasta los mismos pueblos litorales de las Islas. Este corsario, que se apreciaba de galante y guapo, al tener noticia del viaje de Rufina quiso aprovechar
la ocasión y, desembarcando en la playa del puerto, atacó de improviso la comitiva, dispérsala y apoderándose de la
hermosa herreña se encerró con ella
en la ermita de Santa Catalina y por fuerza húbola.
El fruto de esta sacrílega violación fue doña Beatriz de Saavedra, educada por su madre en Las Palmas y a la cual el conde amó, persiguió y dio palabra de casamiento, obteniendo de ella favores de esposo. Nacieron de este
clandestino enlace tres hijos llamados don
Fernando, doña Ana y doña Catalina que
llevaron los apellidos de Sarmiento, Peraza
y Ayala.
Siguiendo
las inclinaciones de su voluble carácter y de sus desordenados
apetitos, o tal vez impulsado por crecientes ambiciones, determinó abandonar a su desgraciada víctima y, pretextando negocios urgentes, se alejó de Canaria y pasó a
España, casándose en Jerez de la
Frontera con su
prima doña María de Castilla, hija del corregidor de aquella ciudad don
Pedro Xuárez de Castilla, que le llevaba en
dote dos millones trescientos mil
maravedíes.
Sucedía
esto cuando López de Sosa era trasladado al
Darién, dejando vacante el gobierno de Gran
Canaria, y, ya fuese porque el conde lo deseara
o porque el don Pedro creyese mejorar su posición, solicitó y obtuvo en 1517 el nombramiento de gobernador de aquella isla a donde se trasladó con su familia acompañado de su yerno.
Entretanto,
la desgraciada doña Beatriz, enterada de
aquel verdadero casamiento y perdida toda esperanza de protección y cariño, se retiró a la isla de La Palma y se consagró a la educación de sus hijos y a llorar sus perdidas esperanzas.”
Septiembre de 2009.
Fuente:
Agustín Millares Torres
Historia General de Las
Islas Canarias
Edirca. Las Palmas de Gran
Canaria, 1977.
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