HISTORIAS
INMORALES COLONIALES EN CANARIAS (VII)
Capitulo
VI
Chaurero
n Eguerew
Los colonos afincados en
Canarias tenían como principal fuente de ingresos económicos -después de que
habían agotado la cantera de los naturales-, las cabalgadas o razzias a nuestro
continente donde arrasaban con todo lo que podía ser comercializado o de alguna
utilidad, siendo el botín más apreciado, además de los esclavos, los
dromedarios, asnos y cabras. Uno de los colonos que más se distinguió en estas
expediciones de saqueo y esclavizaciones fue Agustín de Herrera, quien con el
fruto de sus tropelías pudo adquirir de la corona castellana el título de Conde
de Lanzarote. Esta familia, de nefasta memoria para los naturales de las
denominadas islas de señorío, entre otras cuestiones por las múltiples y
dantescas masacres perpetradas contra los mismos, ha propiciado algunas de las
páginas más negras de la
Historia colonial en Canarias.
Los
continuos saqueos a que Agustín de Herrera tenía sometido a las poblaciones
costeras del continente, no podían quedar sin una justa represalia por parte de
los agraviados, así tenemos que a fines de julio de 1586 el mazigio argelino
Amurath o Murato Arráez al frente de 7 galeras y uno 800 hombres de pelea
decidiera dar a Agustín de Herrera un poco de la mismas medicina que este tan
pródigamente había dispensado a los habitantes del continente.
Al atardecer del día 30 de julio de 1586, la escuadra
de Morato Arráez (capitán Morato), avistaban las costas de Titoreygatra
(Lanzarote), en medio del general entusiasmo de las tripulaciones, quienes
veían próxima la oportunidad de vengar las innumerables esclavizaciones,
vejaciones, ultrajes y saqueos de que venían siendo objeto por parte de los
Herreras, al tiempo que esperaban liberar de la esclavitud a muchos de sus
compatriotas en poder de los Herrera y demás colonos de la isla.
El desembarco se verificó, ya oscurecido, en la caleta
de los Ancones o de los Charcos, eludiendo Arráez el ataque al puerto principal
para mantener el sigilo de la operación, cosa que logró plenamente. Al día
siguiente, jueves 31 de julio, las tropas turco-argelinas y moras avanzaron por
sorpresa sobre la villa capital Teguise con tal éxito que sólo fueron
descubiertos cuando se hallaban los asaltantes a media legua de ella.” (En: A.
Rumeu de Armas, 1991. T. II:75-76)
Ponen sitio al
castillo de Guanapay donde se había refugiado Agustín de Herrera con su familia
y criados de confianza, después de dos intentos consigue apoderarse del
castillo desmantelándolo y, siguiendo la tradición que Herrera había implantado
en el continente, quema parte de los sembrados de la isla reduciendo a cenizas
diez o doce mil fanegas de trigo y la casa palacio de los Herrera en Teguise.
Por
indicación de uno de los esclavos mazigios de Agustín de Herrera, Amurath
Arráez consigue hacer prisionera a Inés Benítez de las Cuevas y Ponte, esposa
de Agustín de Herrera y a una de las hijas bastardas de este, llamada Constanza
de Herrera, la otra llamada Juana pudo escapar con la ayuda de un criado, Juan
Gopar, hasta Tamaránt (Gran Canaria).
El
26 de agosto Amurat ordena desalojar la isla, y desde su galera enarbola
bandera de rescate. Agustín de Herrera negoció el rescate de su mujer Inés y de
su hija bastarda en 15.000 ducados, de los cuales pagó 5.000 en efectivo
posponiendo los restantes 10.000 para cuando tuviese más liquidez, dando como
fianza a su hermanastro Diego de Sarmiento y a Marcos de San Juan Peraza,
quienes gozaron de la hospitalidad de Marruecos hasta 1590 en que Herrera pagó
el resto del rescate.
Amurath
se retiró del archipiélago sin ofender a ninguna de las otras islas -es de
suponer que sus cuentas pendientes eran sólo con Diego de Herrera-, llevándose
consigo 200 isleños la mayoría de ellos esclavos de Diego de Herrera que
voluntariamente aprovecharon la oportunidad para regresar a sus países de
origen.
Esta
Inés Benítez de las Cuevas y Ponte, con quien Herrera había casado en 1553, era
hija del criollo de origen portugués Pedro de Ponte y Vergara, importante
terrateniente, dueños de varios ingenios, entre ellos el de Adeje, en cuya
caleta construyó el primer hotel de la isla para descanso de piratas y
traficantes de esclavos, lucrativa actividad de la que participaba la casa
Ponte desde su casa fuerte.
Inés
Benítez, no debió ser excesivamente agraciada físicamente o era machorra, pues
por lo visto no despertaba el suficiente interés sexual en el libinidoso y
flamante marqués, quien posiblemente considerando como impropio de su nueva y
ennoblecida condición, el violar a esclavas y siervas, como buen “hijo del
siglo”, es decir, de la doble moral cristiana, puso sus ojos en la mujer de un
vasallo suyo, comerciante de origen genovés llamado Teodoro Espelta, la agraciada
dama objeto de los fervores y favores del marqués era Bernardina de Cabrera y
León, a la cual Diego de Herrera colmó de atenciones y visitas clandestinas,
teniendo en una ocasión que escapar de manera humillante por un agujero de la
casa de su barragana para evitar ser despenado por Luis de León, padre de
Bernardina.
Indudablemente,
en la época, el gozar de fama de matamoros enemigos de la santa fe católica,
suponía una especie de seguro contra los supuestos moralistas cristianos y
explicaría porque la “santa inquisición”, sabiendo de las públicas
inmoralidades y apetecible fortuna del marqués, no desplegó su celo habitual
para reconducirlo al buen camino y de paso darle un pellizco a sus rentas.
Así Diego de Herrera y Rojas continuaba haciendo gala
de su concubinato, a pesar de estar penado por la iglesia católica para el cual
se solían utilizar calificativos: la cabalgada y el hecho de poner la
pierna encima. La cabalgada designaba con frecuencia la unión carnal entre
amantes, cuya connotación física indicaba el nivel de inmoralidad alcanzada.
Además, implicaba una especie de violencia desenfrenada que escapaba de todo
control y raciocinio. En el siglo XVI “poner la pierna encima” recordaba,
cuando se admitía su existencia, al derecho de pernada feudal -un mal uso o
abuso del poder señorial- e insistía en la apropiación de la mujer de otro o de
una soltera con las cuales no existía vínculo marital alguno.
Retomando el tema de Bernardina, indudablemente la presencia de Teodoro Espelta era un obstáculo que impedía al marqués disfrutar libremente de los favores de Bernardina Cabrera y, como el destino de los osados y poderosos se lo labran ellos mismos, el ínclito Diego de Herrera, posiblemente solicitó la ayuda de Guayota quien le allanó el camino y “casualmente” un día el cornudo Teodoro Espelta apareció muerto detrás de una pared de su propia casa. Ante la más que dudosa muerte de Espelta, la justicia dependiente del marqués hizo como que actuaba haciendo incluso el simulacro de embargo de los bienes de la no desafortunada viuda.
Tres meses después de despenado el ingenuo Espelta
dio a luz Bernardina a su hija Juana, que
se llamó de Herrera; y al cabo de dos años en
1568, a Constanza, a quienes el marqués no
dudó en cuidar, alimentar y educar como hijas propias que eran.
Mientras Bernardina vivía como marquesa putativa de
Lanzarote, habitaba en la fortaleza principal de la isla y agasajada y adulada
en público por sus conciudadanos, los mismos que en privado pasaban cuentas de
las acciones inmorales de esta cortesana marquesal. El paso del tiempo y quizás
los remordimientos o posiblemente las sugerencias de Diego de Herrera,
aconsejaron a Bernardina el retirarse del mundanal ruido y buscar refugio en un
convento donde expiar sus muchos pecados. Así, un día acompañada del marqués,
embarca con rumbo a la isla de Madeira ingresando en un convento de Santa Clara
en la ciudad de Funchal.
Luego
que las hijas bastardas de Diego de Herrera Juana y Constanza tuvieron diez a doce años de edad, las recibió el marqués en su palacio e impuso a la marquesa
Inés Benítez, el tratarlas como a hijas de su marido, las procurase una
educación como a propias.
Según Viera y Clavijo: “Dirigíase esta auténtica
declaración y excelente crianza al pensamiento de establecer en ellas la sucesión de la casa de Lanzarote. Y para acostumbrar al público a que mirase las hijas de doña
Bernardina en calidad de herederas presuntivas de los marqueses, cuyo
matrimonio era estéril, y no extrañase
nunca este esfuerzo de política y
humanidad, pusieron especial cuidado en darlas el nombre de hijas, y en
que ellas los respetasen como a padres. Sin
embargo, siempre se traslució la
predilección del marqués por doña Constanza, señaladamente cuando, habiendo obtenido real facultad en 1573 para legitimarla con doña Juana de Herrera, prefirió en todo a doña Constanza, por ser hija «más cierta», según él decía, y que había
nacido después de fallecido Teodoro Espelta,
a quien se reputaba por padre de la otra. (J.Viera y Clavijo,1978: 326)
El marqués hizo donación en la segunda de sus hijas
bastardas, Constanza de Herrera, del señorío de Lanzarote con jurisdicción
baja, oficios, rentas y territorios y del título de condesa de Lanzarote,
aprehendiéndolo en su nombre su tutor Gaspar Peraza, dándole posesión los
vasallos de Lanzarote reunidos en forma de Cabildo y refrendado por pregones.
Estas disposiciones del marqués no tuvieron igual
buena predisposición en la isla Erbania (Fuerteventura) donde su apoderado
Gonzalo Díaz de Moran, encontró la oposición de María de Moxica, madre de
Fernando y Gonzalo de Saavedra, propietarios del país, según afirmaba el
descendiente de judíos conversos, Gonzalo de Saavedra, Constanza era nieta de una esclava morisca de
berbería.
Al objeto de evitar futuras reclamaciones familiares
y asegurar la continuidad de sus disposiciones, Diego de Herrera decidió
adquirir un marido para Constanza y fijó su atención en un candidato ambicioso
de ascendencia judía y dotado de pocos escrúpulos. Una calurosa tarde el
marqués convoca en su casa palacio de Teguise a colonos y criollos significados a una tertulia la cual tenía por
objeto el presentarles al recién adquirido marido de Constanza -comprado
en Sevilla a cambio de la promesa del señorío de Lanzarote-, Gonzalo Argote de
Molina, veinte y cuatro de Sevilla, provincial de la Santa Hermandad de
Andalucía, señor de la torre de Gil de Olid, criado del rey y caballero ilustre
e intitulado marqués de Lanzarote, quien andando el tiempo alcanzaría cierta
notoriedad como escritor. Cuando Constanza de Herrera Bethancourt
contrajo matrimonio con Gonzalo Argote de Molina contaba 17 años de edad y éste
49.
En cuanto a Juana de Herrera y Bethacourt, hermana
mayor de Constanza, el marqués decidió quitársela de encima y alejarla de la
isla, para ello concertó matrimonio con Francisco de Achioli de Vasconcelos,
“mozo fijodalgo”. El mismo marqués se aseguró del alejamiento de Juana
acompañándola hasta la isla de la
Madeira, donde tuvo lugar el matrimonio.
El 8 de mayo de 1588, con setenta años, pasa a mejor
vida Inés Benítez de las Cuevas, en el cortijo de Inaguaden, sin dejar
sucesión. El sectogenario marqués para superar tan dolorosa pérdida se traslada
aquel mismo año a Madrid donde se casa el 22 de noviembre con Mariana Enríquez
Manrique de la Vega,
quien llevó diez mil ducados en dote.
Ante esta situación y en la posibilidad de que el
fogoso marqués pudiese preñar a su nueva esposa dando al traste con sus planes
de señorío, Argote de Molina trata de apoderarse del gobierno de la isla
Erbania, implicando en sus maquiavélicos planes al virrey de Canarias, el
Capitán General Luis de las Cuevas Benavides, de quien obtuvo el gobierno de
las armas de Fuerteventura, comenzando así una serie de tropelías contra los
naturales y colonos propias de un “hijo del siglo”.
No eran en vano los temores de Argote de Molina al
contemplar la posibilidad de que su suegro tuviese descendencia, en 1594 la
marquesa Mariana parió un hijo, con lo cual se esfumaban sus aspiraciones de
señorío, empezando desde ese momento a sufrir desequilibrios mentales. Como
consecuencia de su despecho inicia pleito contra el marqués en reclamación de
los diez mil ducados que este le debía como dote de Constanza de Herrera.
En este tiempo muere en su casa palacio de Lanzarote
Constanza, dejando tres hijos pequeños: Agustín de Herrera; Alonso de Saavedra
y Isabel de Mendoza. Gonzalo Argote de Molina falleció pobremente en Winiwada n
Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) a donde se había trasladado para presentar
ante la real audiencia los supuestos derechos de sus hijos a las islas de
Fuerteventura y Lanzarote. Después de haber perdido las esperanzas de la
herencia, también perdió el juicio.
Los hijos de Argote de Molina se trasladaron a Sevilla
bajo la protección de una tía suya, donde murieron de fiebres pestilentes.
También murió víctima, no de las fiebres pestilenciales que habían invadido
Lanzarote, sino de una larga enfermedad, Diego de Herrera y Rojas en la Villa de Teguise, el
18 de febrero de 1598.
Fuentes:
José de Viera y Clavijo
Historia de Canarias, t.I
Cupasa Editorial
Madrid 1978.
Antonio Rumeu de Armas
Canarias y el Atlántico: Ataques y Piraterías
Tomo II, segunda parte
Edi. Gobierno de Canarias y Cabildos Insulares de Gran
Canaria y Tenerife, 1991
Capítulos publicados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario