HISTORIAS
INMORALES COLONIALES EN CANARIAS (X)
Capitulo
VI
Chaurero
n Eguerew *
Segundo auto de
fe en Canarias.
El amanecer del 4 de Junio de 1530, fue el día señalado para el segundo auto de fe celebrado en esta
colonia, principiaron las campanas á
tañer á muerto, y ordenada la
procesión, llevando el estandarte de la fe el Fiscal Fullana, y la Cruz el prior de
Santo Domingo, fueron saliendo los reos, custodiados
por el alguacil mayor, empleo que
desempeñaba el noble caballero D. Bernardino
de Sanabria Camargo, auxiliado por una
falange de Familiares.
Llegados al tablado, y colocados todos en sus respectivos asientos, se predicó un sermón alusivo á las circunstancias, y se leyeron
las causas de los sentenciados, subiendo
cada uno, con sus insignias, al banquillo
que les estaba preparado, de donde podían
ser vistos de la concurrencia.
Descollaban en primer término seis estatuas de cartón, representando seis esclavos de Berbería, quienes, después de haber sido cautivados
y reducidos á servidumbre, se les había catequizado y recibido en
el gremio de la Iglesia católica; pero que, no contentos al parecer con su nueva vida, ni con la religión que se les había impuesto, se decidieron á volver á sus desiertos arenales, y continuar allí sus diarias abluciones, para realizar su proyecto, se apoderaron de una barca, surta en el puerto de las Metas, y se embarcaron, perdiéndose en la travesía, y pereciendo todos ahogados, seguir resulta de su proceso.
Mas, no por haber muerto escaparon los moriscos de las llamas inquisitoriales. Para esos casos se había establecido una jurisprudencia-, que no tenia precedentes en ningún Tribunal.
La estatua del condenado salía al auto,
vestida con las insignias que le correspondían,
y era entregada á la justicia, para ser quemada en lugar del reo. Desahogo que seria ridículo, sino encerrara en sí tan sangrienta venganza.
Además de estos reos, había otro, llamado Juan
de Tarifa, quien, menos afortunado que aquellos, no pudo escapar de la
cárcel, donde ya le tenían preso. Este era,
natural de Sevilla, y residente en Canaria, mercader, hijo de
Diego de Tarifa, converso, y de Catalina
López, reconciliada. De creer es, que no viendo medio de salvarse, y no
queriendo sufrir la pena que le aguardaba,
encontró medios de darse la muerte en
su calabozo, ahorcándose el mismo de una viga, como en efecto así lo ejecutó. Sus huesos permanecieron en
depósito, esperando el fallo de su proceso;
y cuando se mandó que fuese relajado,
su cadáver, encerrado en un ataúd, fue
entregado también al brazo seglar, y
consumido por la hoguera, en compañía
de su estatua. En la sentencia se previno asimismo, que sus bienes
fuesen confiscados de cuarenta años atrás; y
sus hijos por la línea masculina,
hasta el segundo grado y por la
femenina hasta el primero inclusive,
declarados inhábiles, y privados de
oficio.
Fueron penitenciadas las siguientes: María, vecina de la isla de Tenerife en la
Laguna,
á quien se dio tormento, y declaró ser judaizante; Pedro Hernández, de la misma vecindad, que abjuró de vehementi por varias y graves palabras hereticales; Juan, cristiano nuevo de moro, vecino de Telde; Bartolomé Pires, también cristiano nuevo de moro y Pedrianes,
herrero, vecinos ambos de Canaria. (Millares Torres, A. 1981:97-102) Todos los que se veían amenazados con la hoguera, abjuraban inmediatamente de sus errores, y prometían reconciliarse con la Iglesia católica.
¡Beneficio incalculable debido sin duda
á los penosos trabajos del Santo Tribunal! Es verdad que esas conversiones, después del tormento y el azote, y ante la amenaza del fuego, no eran en sí mismas muy edificantes; pero de todos
modos, la mala semilla se arrancaban; y los reconciliados, condenados
todos á penas infamantes, inhábiles para
ejercer toda clase de oficios, despojados
de sus bienes, desterrados, ó encarcelados por toda la vida en inmundos calabozos, no podían pervertir con su ejemplo a los buenos católicos.
Tercer auto de fe
El auto se dispuso y tuvo lugar, el sábado 23 de
Mayo de 1534, en la misma plaza mayor de
Santa Ana, y delante de la Iglesia Catedral, en un hermoso tablado, que se levantó con ese objeto.
El contingente de los relapsos lo suministró la secta judaica, aunque con la pequeña diferencia, de que la Inquisición solo pudo
quemar sus estatuas. Los
nombres de estos nuevos herejes eran: Duarte
González, conocido
por Francisco Ramos,
zapatero, vecino de la Palma,
y cristiano nuevo de
judío, y Duarte Pereza, de la propia
vecindad, por la misma causa. Ambos fueron
relajados al brazo seglar, y
quemadas sus estatuas, con las accesorias de confiscación de bienes, é inhabilitación perpetua á sus descendientes.
Los reconciliados fueron: Andrés, esclavo de Bernardino Justiniani, vecino de Tenerife, Antón, esclavo de Hernando de Jerez, vecino de Canaria, Ana de Salazar, vecina de Lanzarote, Ana, de la misma vecindad, Alonso de Lugo o de la Seda,
vecino de Lanzarote,
Alonso, esclavo de Pedro de Cabrera, vecino de Lanzarote, Antonio, esclavo de Ruiz Leme, vecino de Lanzarote, Diego, esclavo de Juan de Alarcon, Dean de Canaria, Diego Alonso o Muca,
vecino de Lanzarote. Francisco, esclavo del pertiguero Andrés de Medina, vecino de Canaria, Felipe, indio, esclavo de Francisco Sánchez de los Palacios, vecino de
Canaria, Francisco
Bujama u Ortega,
vecino de Lanzarote,
Gonzalo Baez. vecino de Galdar. Jorge, esclavo de Juan Hernández, cerrajero, vecino de Canaria, Juan de AI faro, esclavo del Licenciado Alfaro, vecino de Tenerife, Juan de. Palomares, esclavo de Diego Felipe, vecino de Lanzarote. Juan, negro, esclavo de Hernando Magader, vecino de Lanzarote, Juan, esclavo de Adán Acedo, vecino de Gáldar, Juana, mujer de Juan Jansen, vecina de Langarote, luis Deniz de Solazar, por otro nombre, Alí Bojador, vecino de Lanzarote,
Luis Perdomo, vecino de Lannzarote. Luis, esclavo de Juan Perdomo, vecino de Lanzarote, Pedro Berrugo ó sea Pedro Cabrera, vecino de Lanzarote, Pedro, esclavo de Juan Perdomo, vecino de Lanzarote, Pedro, negro esclavo, del mismo Juan Perdomo y de la propia vecindad.
Estos fueron los veinte y siete reos, que según la relación que se conserva de este auto, pe
presentaron en él á sufrir las penas A que fueron condenados.
(Millares Torres. A. 1981)
Después del ejemplar y cristiano tercer auto de fe
del 23 de mayo de 1534, los herejes cesaron de turbar la conciencia de los fieles católicos; una escrupulosidad
minuciosa presidió á todos los actos externos dedevoción, aun en aquellas familias, que por su
acrisolada piedad, podían inspirar menos
recelos á la inquisición; y en todas las Islas reinó una ortodoxia tan completa, que el Cabildo eclesiástico, teniendo en cuenta que D. Luís de Padilla no asistía- al coro,
y siendo notorio que en el Sanio Oficio no había
que hacer•, por cuya razón
tanto al dicho Inquisidor
como á los dichos oficia/es se les había quitado el salario, se
acordó notificarle ganase las horas
canónicas.
Esta notable circunstancia de habérseles quitado el salario debió influir muy pode rosamente
en el animo de D. Luís y de sus subalternos.
Su celo adquirió duplicada energía, y su vista
se hizo más penetrante y escudriñadora, un proceso de nuevo género, pero que también contribuyó á la edificación
de los fieles, turbó por entonces la plácida quietud de Las Palmas.
La Catedral estaba en posesión, como otras Catedrales de
España, del derecho de dar asilo á los
criminales, que en su recinto se refugiaban. Los Canónigos eran muy celosos
de conservar esta inapreciable prerrogativa, que les servia para sobreponerse
en ciertas ocasiones al poder civil. Fue, pues,
el caso, que el Gobernador de Canaria, D. Bernurdino de Ledesma, se había
atrevido á quebrantar la
inmunidad de la Iglesia,
introduciéndose en ella,
y sacando á Viva fuerza á
un mozo llamado Pedro Fuensalida, procesado por un delito común, á quien hizo que el verdugo le cortase
luego la mano.
Tan violento proceder no podía quedar sin correctivo. El Provisor y vicario general,
de acuerdo con el Cabildo, excomulgó al
Gobernador con todas las ceremonias propias del ritual; y el Sr. Ledesma se vio privado, no solo de ejercer su empleo, sino de tener comunicaciones y trato con la población, de
entrar en la iglesia, de oír misa, de recibir
los sacramentos, y en fin, de ser un súbdito católico español, y hasta
un hombre cualquiera. En efecto, el
excomulgado de entonces era un
hombre apestado, del que todos huían
y se apartaban con horror, temiendo contaminarse con su lepra heretical.
El pobre Gobernador, viendo las fatales consecuencias de su imprudente conducta, bajó la cabeza, y fue á postrarse é los pies del Provisor, quien lleno de indulgencia, le perdonó, imponiéndole una pena pecuniaria, y obligándole en día feriado á hacer penitencia pública á las puertas de la Catedral;
penitencia cumplida por Ledesma con humilde
contrición, á presencia del pueblo,
que suspenso y maravillado, contemplaba
á la orgullosa potestad civil, bajo
el irresistible poder de la autoridad eclesiástica. (Millares
Torres. A. 1981)
Diverso era el espectáculo; pero todo provenía del
mismo origen, y su efecto moral era el mismo.
Cuarto auto de fe
Tuvo lugar en 15 57,
hubo diez y siete relapsos, de los cuales quince eran moriscos.
A los veinte y tres años del tercer auto se resolvió, al fin D, Luis de Padilla á celebrar el cuarto, aunque siempre con el
disgusto de no poder ofrecer á los verdaderos fieles
el espectáculo de un hereje, quemado vivo en
la hoguera.
Los
diez y siete relapsos habían encontrado
medio de escapar, y solo quedaba el recurso de quemar su efigie, en
estatua. Recurso elocuente, pero ineficaz,
para infundir un saludable espanto en
las almas.
Sea como fuere, el viejo Inquisidor no quiso
demorar por más tiempo la piadosa ceremonia, y en el dicho año de 1557, celebró, con el ceremonial que ya hemos sucintamente descrito, un nuevo auto de fe, en el que aparecieron las estatuas de los diez y
siete relajados, cuyos nombres, según resulta
de la relación de sus causas, y de sus Sambenitos,
son los que á continuación copiamos: Agustín Hernández-, guanche, vecino de Tenerife; Andrés Suarez, morisco,
vecino de Canaria; Francisco
Martin, morisco,
natural de Canaria;
Hernando de Betancort, morisco, natural de Canaria; Juan Pacheco, morisco, natural de Canaria; Juan de Lugo, morisco, natural de Canaria; Juan Bautista, morisco, natural de Canaria; Juan de Casañas, morisco, arcabucero, vecino de Canaria; Juan de Lew, Garbanzero, morisco, vecino de Canaria. Juan, morisco, criado de Carrasco, vecino de Canaria. Juan Berriel, morisco, vecino de Canaria; Julián Cornidis Vandik, flamenco, vecino de la Palma; Luis Hernández, morisco, vecino de Canaria; Pedro Tfjina, de
Gáldar, morisco, vecino de
Canaria; Miguel de
Vergara, morisco,
vecino de Canaria;
Pedro Borrara, morisco, vecino de Canaria; Pedro de Salinas, morisco, vecino de Canaria.
Todos estos reos fueron condenados, según decía su sentencia, por sectarios de Afahoma, excepto el flamenco, que lo fue por la herejía de Latero; y como no estaban presentes, sus estatuas se entregaron al brazo seglar, para que, arrojadas en la hoguera,
las consumiese el fuego.
Pocos eran también los reconciliados, que en ese auto salieron á la vergüenza publica,
siendo sus nombres: Francisco
de Valera, vecino de
Canaria: Juan Afonso,
cristiano nuevo de
moro, vecino de la Palma; Miguel González, cristiano nuevo de moro, vecino de Daute en Tenerife;
Pedro, morisco, esclavo de Cebrian de Torres, vecino de Canaria.
Excepto Miguel González, que se le procesó
por la secta de Calvino, los demás lo fueron por seguir también la religión de Mahoma.
No tenemos de este auto más noticias; aunque es de
suponer hubiese un número mayor de
penitenciados, porque éstos eran los reos
condenados á penas inferiores.
Dos años después, en Noviembre de 1559, el
Sr. Inquisidor, en premio de sus buenos servicios,
fue promovido á la Dignidad
de Deán de la Catedral de Canarias, de
que tomó posesión el once del mismo
mes. (Millares Torres A. 1981)
Continuará.
Noviembre
de 2009.
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