Capitulo
VII-III
Chaurero n
Eguerew*
Segundo auto de fe en Canarias.
El amanecer del 4 de Junio de 1530, fue el día señalado para el segundo auto de fe celebrado en esta
colonia, principiaron las campanas á
tañer á muerto, y ordenada la
procesión, llevando el estandarte de la fe el Fiscal Fullana, y la Cruz el prior de
Santo Domingo, fueron saliendo los reos, custodiados
por el alguacil mayor, empleo que
desempeñaba el noble caballero D. Bernardino
de Sanabria Camargo, auxiliado por una
falange de Familiares.
Llegados al tablado, y colocados todos en sus respectivos asientos, se predicó un sermón
alusivo á las circunstancias, y se leyeron las causas
de los sentenciados, subiendo cada uno, con
sus insignias, al banquillo que les
estaba preparado, de donde podían ser
vistos de la concurrencia.
Descollaban en primer término seis estatuas de cartón, representando seis esclavos de Berbería, quienes, después de haber sido cautivados
y reducidos á servidumbre, se les había catequizado y recibido en
el gremio de la Iglesia católica; pero que, no contentos al parecer con su nueva vida, ni con la religión que
se les había impuesto, se decidieron á volver á sus
desiertos arenales, y continuar allí sus diarias abluciones, para realizar su proyecto, se apoderaron de una barca, surta en el puerto de las Metas, y se embarcaron, perdiéndose en la travesía, y pereciendo todos ahogados, seguir resulta de su proceso.
Mas, no por
haber muerto escaparon los moriscos de las llamas
inquisitoriales. Para esos casos se había establecido una jurisprudencia-,
que no tenia precedentes en ningún Tribunal. La estatua del condenado salía al auto, vestida con las insignias que le correspondían, y era entregada á la justicia, para ser
quemada en lugar del reo. Desahogo
que seria ridículo, sino encerrara en sí
tan sangrienta venganza.
Además de estos reos, había otro, llamado Juan
de Tarifa, quien, menos afortunado que aquellos, no pudo escapar de la
cárcel, donde ya le tenían preso. Este era,
natural de Sevilla, y residente en Canaria, mercader, hijo de
Diego de Tarifa, converso, y de Catalina
López, reconciliada. De creer es, que no viendo medio de salvarse, y no
queriendo sufrir la pena que le aguardaba,
encontró medios de darse la muerte en
su calabozo, ahorcándose el mismo de una viga, como en efecto así lo ejecutó. Sus huesos permanecieron en
depósito, esperando el fallo de su proceso;
y cuando se mandó que fuese relajado,
su cadáver, encerrado en un ataúd, fue
entregado también al brazo seglar, y
consumido por la hoguera, en compañía
de su estatua. En la sentencia se previno asimismo, que sus bienes
fuesen confiscados de cuarenta años atrás; y
sus hijos por la línea masculina,
hasta el segundo grado y por la
femenina hasta el primero inclusive,
declarados inhábiles, y privados de
oficio.
Fueron
penitenciadas las siguientes: María, vecina de la isla de Tenerife en la Laguna, á quien se dio tormento, y declaró ser judaizante; Pedro Hernández, de la misma vecindad, que abjuró de
vehementi por varias y graves palabras
hereticales; Juan, cristiano nuevo de
moro, vecino de Telde; Bartolomé Pires, también cristiano nuevo de moro y Pedrianes,
herrero, vecinos ambos de Canaria. (Millares Torres, A. 1981:97.
Todos los
que se veían amenazados con la hoguera, abjuraban inmediatamente de sus errores, y prometían reconciliarse con la Iglesia católica.
¡Beneficio incalculable debido sin duda
á los penosos trabajos del Santo Tribunal.
Es verdad
que esas conversiones, después del tormento y el azote, y
ante la amenaza del fuego, no eran en sí mismas muy
edificantes; pero de todos modos, la mala semilla se arrancaban; y los
reconciliados, condenados todos á penas infamantes, inhábiles para ejercer toda clase de oficios, despojados de sus bienes, desterrados, ó encarcelados por toda la vida en inmundos calabozos, no podían pervertir con su ejemplo a los buenos católicos.
Tercer auto
de fe
El auto se
dispuso y tuvo lugar, el sábado 23 de Mayo de 1534, en la misma plaza mayor
de Santa Ana, y delante de la
Iglesia Catedral, en un hermoso tablado, que se levantó
con ese objeto.
El
contingente de los relapsos lo suministró la secta judaica,
aunque con la pequeña diferencia, de que la Inquisición solo pudo quemar sus
estatuas. Los nombres de estos nuevos herejes eran: Duarte
González, conocido por Francisco Ramos,
zapatero, vecino de la Palma,
y cristiano nuevo de judío, y Duarte Pereza, de la propia vecindad, por
la misma causa. Ambos fueron relajados al
brazo seglar, y quemadas sus
estatuas, con las accesorias de
confiscación de bienes, é inhabilitación perpetua á sus descendientes.
Los
reconciliados fueron: Andrés, esclavo
de Bernardino Justiniani, vecino de Tenerife, Antón, esclavo de Hernando de Jerez, vecino de
Canaria, Ana de Salazar, vecina de Lanzarote, Ana, de la misma
vecindad, Alonso de Lugo o de la
Seda, vecino de Lanzarote, Alonso, esclavo de Pedro de Cabrera, vecino
de Lanzarote, Antonio, esclavo de Ruiz Leme, vecino de Lanzarote, Diego, esclavo de Juan de Alarcon, Dean de Canaria, Diego
Alonso o Muca, vecino de Lanzarote. Francisco, esclavo del pertiguero Andrés de Medina, vecino de Canaria, Felipe, indio, esclavo de Francisco Sánchez de los Palacios, vecino de Canaria, Francisco Bujama u Ortega, vecino de Lanzarote, Gonzalo Baez. vecino
de Galdar. Jorge, esclavo de Juan Hernández, cerrajero, vecino de Canaria, Juan de AI faro, esclavo del
Licenciado Alfaro, vecino de Tenerife, Juan de. Palomares, esclavo de Diego Felipe, vecino de
Lanzarote. Juan, negro, esclavo de Hernando Magader, vecino de Lanzarote, Juan, esclavo
de Adán Acedo, vecino de Gáldar, Juana, mujer
de Juan Jansen, vecina de Langarote, luis Deniz de Solazar, por otro nombre, Alí Bojador, vecino
de Lanzarote, Luis Perdomo, vecino de Lannzarote. Luis, esclavo de Juan Perdomo, vecino de Lanzarote, Pedro Berrugo ó sea Pedro Cabrera, vecino de Lanzarote, Pedro, esclavo de Juan Perdomo, vecino de Lanzarote, Pedro, negro esclavo, del mismo Juan Perdomo y de la propia vecindad.
Estos
fueron los veinte y siete reos, que según la
relación que se conserva de este auto, pe presentaron en él á sufrir las penas A que fueron
condenados. (Millares Torres. A. 1981).
Después del
ejemplar y cristiano tercer auto de fe del 23 de mayo de 1534, los herejes
cesaron de turbar la conciencia de los fieles
católicos; una escrupulosidad minuciosa presidió á todos los
actos externos de devoción, aun en aquellas familias, que
por su acrisolada piedad, podían inspirar menos
recelos á la inquisición; y en todas las Islas
reinó una ortodoxia tan completa, que el Cabildo eclesiástico,
teniendo en cuenta que D. Luís de Padilla no
asistía- al coro, y siendo notorio que en el Sanio Oficio no había que hacer•, por cuya razón tanto al dicho Inquisidor como á los dichos oficia/es se les había quitado el salario, se
acordó notificarle ganase las horas
canónicas.
Esta
notable circunstancia de habérseles quitado el salario debió
influir muy pode rosamente en el animo de D. Luís y de sus subalternos.
Su celo adquirió duplicada energía, y su vista se hizo
más penetrante y escudriñadora, un proceso
de nuevo género, pero que también contribuyó á la
edificación de los fieles, turbó por entonces la plácida quietud de
Las Palmas.
La Catedral
estaba en posesión, como otras Catedrales de España, del derecho de dar
asilo á los criminales, que en su recinto se refugiaban. Los Canónigos
eran muy celosos de conservar esta inapreciable prerrogativa, que les
servia para sobreponerse en ciertas ocasiones al poder
civil. Fue, pues, el caso, que el Gobernador de Canaria, D. Bernurdino
de Ledesma, se había atrevido á quebrantar la inmunidad de la Iglesia, introduciéndose
en ella, y sacando á Viva fuerza á un mozo llamado Pedro
Fuensalida, procesado por un delito común, á quien hizo que el
verdugo le cortase luego la mano.
Tan
violento proceder no podía quedar sin correctivo. El Provisor y
vicario general, de acuerdo con el Cabildo, excomulgó al Gobernador con todas las ceremonias propias del ritual; y el Sr. Ledesma se vio privado, no solo de ejercer su empleo, sino de tener comunicaciones y trato con la población, de
entrar en la iglesia, de oír misa, de recibir
los sacramentos, y en fin, de ser un súbdito católico español, y hasta
un hombre cualquiera. En efecto, el
excomulgado de entonces era un
hombre apestado, del que todos huían
y se apartaban con horror, temiendo contaminarse con su lepra heretical.
El pobre
Gobernador, viendo las fatales consecuencias de su
imprudente conducta, bajó la cabeza, y fue á postrarse é los pies
del Provisor, quien lleno de indulgencia, le
perdonó, imponiéndole una pena pecuniaria, y obligándole en
día feriado á hacer penitencia pública á las puertas de la Catedral; penitencia
cumplida por Ledesma con humilde
contrición, á presencia del pueblo,
que suspenso y maravillado, contemplaba
á la orgullosa potestad civil, bajo
el irresistible poder de la autoridad eclesiástica. (Millares Torres. A. 1981).
Diverso era
el espectáculo; pero todo provenía del mismo origen, y su efecto moral era el mismo.
Cuarto auto de fe
Tuvo lugar en 15 57, hubo diez y siete relapsos,
de los cuales quince eran moriscos.
A
los veinte y tres años del tercer auto se resolvió, al fin D, Luis de Padilla á celebrar el cuarto, aunque siempre con el disgusto de no poder ofrecer á los verdaderos fieles
el espectáculo de un hereje, quemado vivo en
la hoguera.
Los diez y siete
relapsos habían encontrado medio de
escapar, y solo quedaba el recurso de quemar su efigie, en estatua. Recurso elocuente, pero ineficaz, para infundir un saludable espanto en las almas.
Sea
como fuere, el viejo Inquisidor no quiso demorar por más tiempo la
piadosa ceremonia, y en el dicho año de 1557, celebró, con el ceremonial que ya hemos sucintamente descrito, un nuevo auto de fe, en el que aparecieron las estatuas de los diez y
siete relajados, cuyos nombres, según resulta
de la relación de sus causas, y de sus Sambenitos,
son los que á continuación copiamos: Agustín Hernández-, guanche, vecino de Tenerife; Andrés Suarez, morisco, vecino de Canaria; Francisco
Martin, morisco, natural
de Canaria; Hernando de
Betancort, morisco, natural de Canaria; Juan Pacheco, morisco, natural de
Canaria;
Juan de Lugo, morisco, natural de Canaria; Juan Bautista, morisco, natural de Canaria; Juan de Casañas, morisco, arcabucero, vecino de Canaria; Juan de Lew, Garbanzero, morisco, vecino de
Canaria. Juan, morisco, criado de Carrasco, vecino de Canaria. Juan Berriel, morisco,
vecino de Canaria; Julián Cornidis
Vandik, flamenco, vecino de
la Palma; Luis
Hernández, morisco, vecino de Canaria; Pedro
Tfjina, de Gáldar, morisco, vecino de
Canaria; Miguel de Vergara, morisco,
vecino de Canaria; Pedro Borrara, morisco,
vecino de Canaria; Pedro de Salinas, morisco,
vecino de Canaria.
Todos estos
reos fueron condenados, según decía su sentencia, por
sectarios de Afahoma, excepto el flamenco, que lo fue por la
herejía de Latero; y como no estaban presentes,
sus estatuas se entregaron al brazo seglar, para que, arrojadas
en la hoguera,
las consumiese el fuego.
Pocos eran
también los reconciliados, que en ese auto salieron á la
vergüenza publica, siendo sus nombres: Francisco de Valera, vecino
de Canaria: Juan Afonso, cristiano
nuevo de moro, vecino de la Palma; Miguel
González, cristiano nuevo de moro, vecino de
Daute en Tenerife; Pedro, morisco,
esclavo de Cebrian de Torres, vecino de Canaria.
Excepto
Miguel González, que se le procesó por la secta de Calvino, los demás
lo fueron por seguir también la religión de Mahoma.
No tenemos
de este auto más noticias; aunque es de suponer hubiese un número mayor
de penitenciados, porque éstos eran los reos condenados á
penas inferiores.
Dos años
después, en Noviembre de 1559, el Sr. Inquisidor, en premio de sus buenos servicios, fue promovido á la Dignidad de Deán de la Catedral de Canarias, de que tomó posesión el once del mismo mes. (Millares
Torres A. 1981)
* Seudónimo de Eduardo Pedro García Rodriguez
* Seudónimo de Eduardo Pedro García Rodriguez
Continuará:
Octubre de
2009
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