jueves, 22 de noviembre de 2012

De nobles cuernos: Bastardos nobles.



 
HISTORIAS INMORALES COLONIALES EN CANARIAS (VII)
 
Capitulo VI



 
 
Chaurero n Eguerew
 
Los colonos afincados en Canarias tenían como principal fuente de ingresos económicos -después de que habían agotado la cantera de los naturales-, las cabalgadas o razzias a nuestro continente donde arrasaban con todo lo que podía ser comercializado o de alguna utilidad, siendo el botín más apreciado, además de los esclavos, los dromedarios, asnos y cabras. Uno de los colonos que más se distinguió en estas expediciones de saqueo y esclavizaciones fue Agustín de Herrera, quien con el fruto de sus tropelías pudo adquirir de la corona castellana el título de Conde de Lanzarote. Esta familia, de nefasta memoria para los naturales de las denominadas islas de señorío, entre otras cuestiones por las múltiples y dantescas masacres perpetradas contra los mismos, ha propiciado algunas de las páginas más negras de la Historia colonial en Canarias.
Los continuos saqueos a que Agustín de Herrera tenía sometido a las poblaciones costeras del continente, no podían quedar sin una justa represalia por parte de los agraviados, así tenemos que a fines de julio de 1586 el mazigio argelino Amurath o Murato Arráez al frente de 7 galeras y uno 800 hombres de pelea decidiera dar a Agustín de Herrera un poco de la mismas medicina que este tan pródigamente había dispensado a los habitantes del continente.
 
Al atardecer del día 30 de julio de 1586, la escuadra de Morato Arráez (capitán Morato), avistaban las costas de Titoreygatra (Lanzarote), en medio del general entusiasmo de las tripulaciones, quienes veían próxima la oportunidad de vengar las innumerables esclavizaciones, vejaciones, ultrajes y saqueos de que venían siendo objeto por parte de los Herreras, al tiempo que esperaban liberar de la esclavitud a muchos de sus compatriotas en poder de los Herrera y demás colonos de la isla.
 
El desembarco se verificó, ya oscurecido, en la caleta de los Ancones o de los Charcos, eludiendo Arráez el ataque al puerto principal para mantener el sigilo de la operación, cosa que logró plenamente. Al día siguiente, jueves 31 de julio, las tropas turco-argelinas y moras avanzaron por sorpresa sobre la villa capital Teguise con tal éxito que sólo fueron descubiertos cuando se hallaban los asaltantes a media legua de ella.” (En: A. Rumeu de Armas, 1991. T. II:75-76)
 
Ponen sitio al castillo de Guanapay donde se había refugiado Agustín de Herrera con su familia y criados de confianza, después de dos intentos consigue apoderarse del castillo desmantelándolo y, siguiendo la tradición que Herrera había implantado en el continente, quema parte de los sembrados de la isla reduciendo a cenizas diez o doce mil fanegas de trigo y la casa palacio de los Herrera en Teguise.
Por indicación de uno de los esclavos mazigios de Agustín de Herrera, Amurath Arráez consigue hacer prisionera a Inés Benítez de las Cuevas y Ponte, esposa de Agustín de Herrera y a una de las hijas bastardas de este, llamada Constanza de Herrera, la otra llamada Juana pudo escapar con la ayuda de un criado, Juan Gopar, hasta Tamaránt (Gran Canaria).
El 26 de agosto Amurat ordena desalojar la isla, y desde su galera enarbola bandera de rescate. Agustín de Herrera negoció el rescate de su mujer Inés y de su hija bastarda en 15.000 ducados, de los cuales pagó 5.000 en efectivo posponiendo los restantes 10.000 para cuando tuviese más liquidez, dando como fianza a su hermanastro Diego de Sarmiento y a Marcos de San Juan Peraza, quienes gozaron de la hospitalidad de Marruecos hasta 1590 en que Herrera pagó el resto del rescate.
Amurath se retiró del archipiélago sin ofender a ninguna de las otras islas -es de suponer que sus cuentas pendientes eran sólo con Diego de Herrera-, llevándose consigo 200 isleños la mayoría de ellos esclavos de Diego de Herrera que voluntariamente aprovecharon la oportunidad para regresar a sus países de origen.
Esta Inés Benítez de las Cuevas y Ponte, con quien Herrera había casado en 1553, era hija del criollo de origen portugués Pedro de Ponte y Vergara, importante terrateniente, dueños de varios ingenios, entre ellos el de Adeje, en cuya caleta construyó el primer hotel de la isla para descanso de piratas y traficantes de esclavos, lucrativa actividad de la que participaba la casa Ponte desde su casa fuerte.
Inés Benítez, no debió ser excesivamente agraciada físicamente o era machorra, pues por lo visto no despertaba el suficiente interés sexual en el libinidoso y flamante marqués, quien posiblemente considerando como impropio de su nueva y ennoblecida condición, el violar a esclavas y siervas, como buen “hijo del siglo”, es decir, de la doble moral cristiana, puso sus ojos en la mujer de un vasallo suyo, comerciante de origen genovés llamado Teodoro Espelta, la agraciada dama objeto de los fervores y favores del marqués era Bernardina de Cabrera y León, a la cual Diego de Herrera colmó de atenciones y visitas clandestinas, teniendo en una ocasión que escapar de manera humillante por un agujero de la casa de su barragana para evitar ser despenado por Luis de León, padre de Bernardina.
Indudablemente, en la época, el gozar de fama de matamoros enemigos de la santa fe católica, suponía una especie de seguro contra los supuestos moralistas cristianos y explicaría porque la “santa inquisición”, sabiendo de las públicas inmoralidades y apetecible fortuna del marqués, no desplegó su celo habitual para reconducirlo al buen camino y de paso darle un pellizco a sus rentas.
Así Diego de Herrera y Rojas continuaba haciendo gala de su concubinato, a pesar de estar penado por la iglesia católica para el cual se solían utilizar calificativos:  la cabalgada y el hecho de poner la pierna encima. La cabalgada designaba con frecuencia la unión carnal entre amantes, cuya connotación física indicaba el nivel de inmoralidad alcanzada. Además, implicaba una especie de violencia desenfrenada que escapaba de todo control y raciocinio. En el siglo XVI “poner la pierna encima” recordaba, cuando se admitía su existencia, al derecho de pernada feudal -un mal uso o abuso del poder señorial- e insistía en la apropiación de la mujer de otro o de una soltera con las cuales no existía vínculo marital alguno.

 
Retomando el tema de Bernardina, indudablemente la presencia de Teodoro Espelta era un obstáculo que impedía al marqués disfrutar libremente de los favores de Bernardina Cabrera y, como el destino de los osados y poderosos se lo labran ellos mismos, el ínclito Diego de Herrera, posiblemente solicitó la ayuda de Guayota quien le allanó el camino y “casualmente” un día el cornudo Teodoro Espelta apareció muerto detrás de una pared de su propia casa. Ante la más que dudosa muerte de Espelta, la justicia dependiente del marqués hizo como que actuaba haciendo incluso el simulacro de embargo de los bienes de la no desafortunada viuda.
Tres meses después de despenado el ingenuo Espelta dio a luz  Bernardina a su hija Juana, que se llamó de Herrera; y al cabo de dos años en 1568, a   Constanza, a quienes el marqués no dudó en cuidar,  alimentar y educar como hijas propias que eran.
Mientras Bernardina vivía como marquesa putativa de Lanzarote, habitaba en la fortaleza principal de la isla y agasajada y adulada en público por sus conciudadanos, los mismos que en privado pasaban cuentas de las acciones inmorales de esta cortesana marquesal. El paso del tiempo y quizás los remordimientos o posiblemente las sugerencias de Diego de Herrera, aconsejaron a Bernardina el retirarse del mundanal ruido y buscar refugio en un convento donde expiar sus muchos pecados. Así, un día acompañada del marqués, embarca con rumbo a la isla de Madeira ingresando en un convento de Santa Clara en la ciudad de Funchal.
 
Luego que las hijas bastardas de Diego de Herrera Juana y  Constanza tuvieron diez a doce años de edad, las recibió el marqués en su palacio e impuso a  la marque­sa  Inés Benítez, el tratarlas como a hijas de su marido, las procurase una educación como a propias.
 
Según Viera y Clavijo: “Dirigíase esta auténtica declaración y excelente crianza al pensamiento de establecer en ellas la sucesión de la casa de Lanzarote. Y para acostumbrar al público a que mirase las hijas de doña Bernardina en calidad de herederas presun­tivas de los marqueses, cuyo matrimonio era esté­ril, y no extrañase nunca este esfuerzo de política y humanidad, pusieron especial cuidado en darlas el nombre de hijas, y en que ellas los respetasen como a padres. Sin embargo, siempre se traslució la predilección del marqués por doña Constanza, señaladamente cuando, habiendo obtenido real facultad en 1573 para legitimarla con doña Juana de Herrera, prefirió en todo a doña Constanza, por ser hija «más cierta», según él decía, y que había nacido después de fallecido Teodoro Espel­ta, a quien se reputaba por padre de la otra. (J.Viera y Clavijo,1978: 326)
 
El marqués hizo donación en la segunda de sus hijas bastardas, Constanza de Herrera, del señorío de Lanzarote con jurisdicción baja, oficios, rentas y territorios y del título de condesa de Lanzarote, aprehendiéndolo en su nombre su tutor Gaspar Peraza, dándole posesión los vasallos de Lanzarote reunidos en forma de Cabildo y refrendado por pregones.
 
Estas disposiciones del marqués no tuvieron igual buena predisposición en la isla Erbania (Fuerteventura) donde su apoderado Gonzalo Díaz de Moran, encontró la oposición de María de Moxica, madre de Fernando y Gonzalo de Saavedra, propietarios del país, según afirmaba el descendiente de judíos conversos, Gonzalo de Saavedra, Constanza era nieta de una esclava morisca de berbería.
 
Al objeto de evitar futuras reclamaciones familiares y asegurar la continuidad de sus disposiciones, Diego de Herrera decidió adquirir un marido para Constanza y fijó su atención en un candidato ambicioso de ascendencia judía y dotado de pocos escrúpulos. Una calurosa tarde el marqués convoca en su casa palacio de Teguise a colonos y criollos significados a una tertulia la cual tenía por objeto el presentarles al recién adquirido marido de Constanza -comprado  en Sevilla a cambio de la promesa del señorío de Lanzarote-, Gonzalo Argote de Molina, veinte y cuatro de Sevilla, provincial de la Santa Hermandad de Andalucía, señor de la torre de Gil de Olid, criado del rey y caballero ilustre e intitulado marqués de Lanzarote, quien andando el tiempo alcanzaría cierta notoriedad como escritor. Cuando Constanza de Herrera Bethancourt contrajo matrimonio con Gonzalo Argote de Molina contaba 17 años de edad y éste 49.
 
En cuanto a Juana de Herrera y Bethacourt, hermana mayor de Constanza, el marqués decidió quitársela de encima y alejarla de la isla, para ello concertó matrimonio con Francisco de Achioli de Vasconcelos, “mozo fijodalgo”. El mismo marqués se aseguró del alejamiento de Juana acompañándola hasta la isla de la Madeira, donde tuvo lugar el matrimonio.
 
El 8 de mayo de 1588, con setenta años, pasa a mejor vida Inés Benítez de las Cuevas, en el cortijo de Inaguaden, sin dejar sucesión. El sectogenario marqués para superar tan dolorosa pérdida se traslada aquel mismo año a Madrid donde se casa el 22 de noviembre con Mariana Enríquez Manrique de la Vega, quien llevó diez mil ducados en dote.
 
Ante esta situación y en la posibilidad de que el fogoso marqués pudiese preñar a su nueva esposa dando al traste con sus planes de señorío, Argote de Molina trata de apoderarse del gobierno de la isla Erbania, implicando en sus maquiavélicos planes al virrey de Canarias, el Capitán General Luis de las Cuevas Benavides, de quien obtuvo el gobierno de las armas de Fuerteventura, comenzando así una serie de tropelías contra los naturales y colonos propias de un “hijo del siglo”.
 
No eran en vano los temores de Argote de Molina al contemplar la posibilidad de que su suegro tuviese descendencia, en 1594 la marquesa Mariana parió un hijo, con lo cual se esfumaban sus aspiraciones de señorío, empezando desde ese momento a sufrir desequilibrios mentales. Como consecuencia de su despecho inicia pleito contra el marqués en reclamación de los diez mil ducados que este le debía como dote de Constanza de Herrera.
 
En este tiempo muere en su casa palacio de Lanzarote Constanza, dejando tres hijos pequeños: Agustín de Herrera; Alonso de Saavedra y Isabel de Mendoza. Gonzalo Argote de Molina falleció pobremente en Winiwada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria) a donde se había trasladado para presentar ante la real audiencia los supuestos derechos de sus hijos a las islas de Fuerteventura y Lanzarote. Después de haber perdido las esperanzas de la herencia, también perdió el juicio.
 
Los hijos de Argote de Molina se trasladaron a Sevilla bajo la protección de una tía suya, donde murieron de fiebres pestilentes. También murió víctima, no de las fiebres pestilenciales que habían invadido Lanzarote, sino de una larga enfermedad, Diego de Herrera y Rojas en la Villa de Teguise,  el 18 de febrero de 1598.
 
 
Fuentes:
 
José de Viera y Clavijo
Historia de Canarias, t.I
Cupasa Editorial
Madrid 1978.
 
Antonio Rumeu de Armas
Canarias y el Atlántico: Ataques y Piraterías
Tomo II, segunda parte
Edi. Gobierno de Canarias y Cabildos Insulares de Gran Canaria y Tenerife, 1991
 
 
 
Capítulos publicados:
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario