Puede decirse que los Amazigh
han mantenido su especificidad cultural gracias a una capacidad de adaptación
"quasi" camaleónica, que les ha permitido, entre otras cosas, pasar
por musulmanes cuando en sentido estricto dicha condición es cuestionable en
base a unos criterios que expondremos a continuación. Téngase en cuenta,
además, que la pretendida homogeneidad islámica del norte de Afrecha queda
cuestionada desde el punto de vista de la ortodoxia religiosa. El Magreb, desde
la edad media (siglo XII-XIII), está adscrito a la escuela teológica malaquita
que lo desvincula, en ese sentido, de las otras regiones islámicas seguidoras
de otras escuelas teológicas (chiítas, jariyitas, etc.). Esto, qué duda cabe,
relativiza la homogeneidad islámica en el caso del Magreb o la Amazigia en general.
Pero, por si esto fuera poco,
existen otros argumentos de peso. Un breve análisis de la realidad islámica
bastará. Como no vamos a profundizar en esta realidad, recordamos que existen
obras interesantes que ofrecen acertadas visiones del Islam como las de Khoury
(1981), Vernet (1987), Rodison (1988), Delcambre (1989), Mernissi (1992); y
buenas traducciones del Corán las han realizado Vernet (1980) o Cortés (1984).
Facilitadas estas referencias, podemos decir que el creyente musulmán
fundamenta su fé en la palabra de Dios (Alá o Allahu), que fue predicada por su
profeta Mahoma (Muhammad) y recogida en el libro sagrado Corán (Qurán).
Recuérdese que "Corán" significa recitación, o, por extensión, texto
sagrado que se recita. El libro del Corán lo conforma una recopilación llevada
a cabo entre el año 610 y 632 después de Cristo, impreso en la lengua árabe de
la época, a partir de obras orales y una serie de textos escritos. Por tanto la
lengua árabe del siglo VII es el idioma en la que fue revelada la palabra de
Dios y así debe continuar. Y es por eso que en la liturgia y rezos está
prohibido el uso de toda lengua que no sea aquella lengua árabe, ahora clásica,
del siglo VII. Si bien la traducción del Corán a otras lenguas fue finalmente
aceptada, su actualización lingüística o matización filológica es impensable.
Por otra parte, las aportaciones de Mahoma - aunque secundarias respecto a las
de Alá - están recogidas en los "hadiz" (tradición) que forman parte
de la "sunna" (conjunto de relatos y dichos de Mahoma).
En cuanto a la palabra
"Islam", ésta significa sumisión a la voluntad de Dios, de Alá. En
ese sentido, los mahometanos o musulmanes siempre han presumido de que su fé
religiosa - monoteista - es la más sencilla de todas. Charles Foucauld
(1858-1916), el autor del "Dictionaire Touareg-Français", llegó a
decir en su juventud: "El islamismo me gusta mucho por su sencillez,
sencillez de dogmas, sencillez de jerarquía, sencillez de moral". De hecho
la condición de musulmán se alcanza con la simple profesión de fé, que se basa
en el esencial y sencillo reconocimiento de que: "No hay más Dios que Alá
y Muhammad es su Profeta"; por lo demás, ni ritos, ni sacramentos, ni
jerarquía eclesiástica. Debido a esto, "Dar al-Islam" , la casa o el
territorio del Islam, está constituido por más de 800 millones de musulmanes,
lo que hace de ella la segunda religión del planeta. Eso sí, la observancia
rigurosa del culto prescribe, además de la anterior profesión de fé, la oración
cotidiana, el ayuno en el Ramadán, dar limosna al necesitado y peregrinar a la Meca. Pero,
paradójicamente, todos los musulmanes están obligados a decir sus oraciones en
aquella lengua árabe del siglo VII, aún desconociéndola, que es el caso de
muchos Amazigh.
Por otra parte, si bien el
Islam no exige abandonar la cultura original del creyente, y por eso podemos
hablar del hecho diferencial Amazigh dentro de regiones adscritas al "Dar
al-Islam", no hay que olvidar que Mahoma concebía a la "Umma"
(la comunidad igualitaria de todos los creyentes) como una organización
religiosa y política, en teoría ligada a una lengua y una cultura común: la
árabe. Claro que, desde muy pronto, tras la muerte del profeta Mahoma en el año
632, comenzaron a aparecer contradicciones internas como la conocida que
diferencia a "sunnitas" de "chiítas". Los primeros son
mayoritarios entre los musulmanes y siguen la Sunna (el Corán y los dichos de Mahoma y son más
flexibles a la hora de reconocer los sucesores del Profeta). Los Chiítas,
contrariamente, sólo aceptan como sucesores del Profeta la línea de Alí, yerno
de Mahoma. Sin duda ellos son la corriente islámica más radical. Siguiendo esta
línea de radicalidad, en la historia del Islam magrebí no tardaron en aparecer los
primeros movimientos integristas, siendo la de los Almorávides y la de los
Almohades entre los siglos XI y XII, de las más importantes. En este contexto,
desde siempre la "Djihad" o guerra Santa ha estado dirigida contra
los enemigos y peligros del Islam aun cuando éstos proviniesen de los
conciudadanos o propios familiares.
Asimismo hay que apuntar que,
al menos desde el siglo XIX, se observan movimientos fundamentalistas que
impulsan una observancia más estricta del hecho musulmán, como rechazo de la
influencia colonial occidental. Estos antecedentes explican hechos tales como
la fundación en 1928 de la Asociación Hermanos Musulmanes en Egipto o el
integrismo entendido como un retorno a la ley islámica: "Charía". El
lema de los fundamentalistas es explícito: "El Corán es nuestra
Constitución". Actualmente la "Charía" está vigente en países
como Irán, Afganistán o Sudán, que se caracterizan por una interpretación
dogmática y puritana del Corán y una aplicación rigurosa de sus mandatos.
Obviamente esto podría servir para explicar la corriente islámica (de corte y
voluntad tolerante) que habla de la necesidad de interpretar el Corán con un
espíritu ecuánime y flexible, para salvar los anacronismos filológicos,
ideológicos, etc. Pues el fundamentalismo islámico propugna la transformación
social mediante la religión y, claro está, una política así acabaría con la
realidad cultural Amazigh. El mejor ejemplo de esta trágica colisión de
tradiciones se da actualmente en Argelia.
Estamos planteando, por
decirlo claramente, que en el Magreb y/o la Amazigia no sólo hubo una resistencia a la
romanización, sino que también la ha habido respecto al Islam y a lo árabe.
Todo parece indicar que allí donde lo amazigh ha estado aislado o alejado de
las grandes ciudades arabizadas, se ha producido una aceptación superficial de
la religión oficial y, de hecho, son importantes las pervivencias actuales de
formas y contenidos (simbólicos) de religiosidad preislámica o si se quiere
"animista" . Sin por ello negar la existencia de los habituales
procesos de sincretismo que el Islam ha conocido durante su expansión, que
evidentemente no se han de menospreciar. O, en esta misma línea, no podemos
olvidar tampoco que han habido grupos étnicos y tribus amazigh que se han
"arabizado" , que han adoptado nuevas señas de identidad (lengua,
religión, leyes) al igual que anteriormente algunas se habían romanizado. Pues
lo cierto es que el proceso de aculturación y miscegenación o mestizaje
biogenético ha sido constante entre aquellos grupos amazigh que mantenían
contactos con otras etnias.
De manera que puede decirse
que el grupo étnico amazigh, disperso fragmentariamente por todo el ámbito del
NW de Africa, ha mantenido su identidad (que es lo que nos permite estar
hablando de ellos), debido a la relación ambigua que mantuvieron y mantienen
con la religión o civilización islámica, así como con otras instituciones
culturales, fundamentalmente estatales y políticas. Debido al hostigamiento
secular que han padecido, la religión entre los amazigh hay que entenderla como
ámbito de refugio y resistencia cuando se alejan de los contenidos islámicos, y
de adaptación para la supervivencia étnica cuando estos abrazan
"superficialmente" el Islam. Al respecto, una lectura de la historia
del Magreb en clave religiosa sería bastante ilustradora del problema y
fenómeno que estamos abordando.
En cierta ocasión Paul Balta
hizo una lectura bastante sintética que para nuestros fines es acertada:
"(...) la sed de
justicia social es una constante de la historia de los magrebíes en general y
los argelinos en particular. Apenas convertidos al cristianismo, abrazaron el
cisma igualitario y rigorista predicado por Donat, obispo de Cartago, que
rebela a los bereberes pobres del campo contra los ricos colonos de las ciudades.
Convertidos en musulmanes, al final del s. VII, adoptan el cisma jariyita que
presenta numerosas analogías con el donatismo, ya que enfrenta a campesinos y
gentes de la montaña contra los califas de Damasco y después de Bagdad. A
partir del 910, ondea sobre la región la bandera negra del Shiísmo, doctrina
contestataria, si las hay, que sostiene la defensa del débil contra el fuerte y
llama a la revolución contra el tirano. Bereberes fueron los almorávides
(1050-1147) que restauraron la ortodoxia sunnita, pero optaron por el rito
malaquita, uno de los más rigurosos pero que preserva las características
regionales dándole un lugar preferente a las costumbres locales. También fueron
bereberes los almohades (1147-1269), 'los unitaristas', que hacen de la guerra
santa un sexto pilar del islam, pero su Yihad (guerra santa) es más rigurosa
con los malos musulmanes que con los infieles" (Paul Balta, 1992).
Del texto anterior se pueden
inferir una serie de realidades que tienen en común el mestizaje, tanto desde
el punto de vista biológico como "cultural" (si es que se acepta la
expresión "mestizaje cultural" ), y realidades como la rebelión o
resistencia, desde el punto de vista sociopolítico. El Donatismo (del que se
puede encontrar una visión brillante, articulada en el contexto histórico de la
zona, o sea, las relaciones de los vándalos con Africa, en Christian Courtois,
1955), el jariyismo, el shiísmo, son diferentes doctrinas religiosas que hablan
de la efervescencia sociocultural que hubo en la Amazigia. Pues
tanto el Donatismo como el Jariyismo hay que entenderlos dentro de un contexto
generalizado de constantes rebeliones, y en concreto el jariyismo no es ajeno
al reino de Tahert (791-911). No es el único caso en que religión e identidad
étnica se coagulan, en la zona, en una realidad política concreta. Algo similar
ocurrió con los almohades y almorávides. Ni que decir que todos estos fenómenos
están animados por grupos étnicos amazigh, que se suceden dinásticamente unos a
otros, hasta que a mediados del siglo XVI se hace patente la hegemonía turca,
fundamentalmente en la costa, mientras el interior se mantuvo genuinamente
amazigh.
Esta heterogeneidad de ciertas
regiones oficialmente islámicas es un elemento sintomático. En este sentido hay
que hacer hincapié en que, paradójicamente, entre los musulmanes la salvación
se puede alcanzar con la simple profesión de fe o mero testimonio, sin
necesidad de una observancia estricta del culto. Creciendo la confusión cuando
el islam sunnita tolera creencias animistas: atribución de poderes a objetos
inanimados de la naturaleza, esto es, árboles, piedras, etc. y a determinados
personajes, como adivinos, brujos y otros. Todo lo cual remite a creencias
religiosas específicas de los amazigh. Lamentablemente no podremos analizar
ahora el fenómeno del morabitismo (imprescindible para entender la específica
religiosidad en importantes zonas del Magreb, básicamente el marroquí) por
falta de espacio. Pero, además de lo expuesto hasta aquí, en el Magreb, hasta
fechas relativamente recientes, existía una importante comunidad judía; y
también se ha dado el caso de comunidades amazigh de religión judaica.
Evidentemente, el temor a ser considerados herejes o malos creyentes, y la
violencia que ello conlleva, son una de las razones por la que importantes
cultos innegablemente religiosos han tenido y tienen una implantación
subterránea.
Un breve análisis histórico
permitirá comprender por qué el norte de Africa amazigh está considerado como
una región netamente islámica. La actual dinastía Alauita de Marruecos data de
1660 y Argelia, contrariamente a Marruecos, no conoció nunca una forma estatal
consolidada, manteniéndose bajo dominio turco desde 1518 hasta 1830, año en que
desembarcan los franceses. En la región, hasta mediados del siglo XX,
coexistieron mal que bien musulmanes (amazigh, turcos, árabes, etc.) y judíos,
y por supuesto que también distintas formas de religiosidad preislámica
(obviamente amazigh). Tras la descolonización y la independencia de esta
región, el Islam es la religión de un estado; el Islam pasa a fundamentar al
nuevo Estado Nación. Pues se produjo un intento oficial de imponer el
denominador común de lo árabe y lo musulmán, cuando hasta entonces habían
cohabitado o coexistido diferentes tradiciones culturales, modelos de
organización política, lenguas, etc. A partir de ese momento se producen
importantes conflictos al respecto, que van desde la relación ambigua entre la
"siba" (cabilas marroquíes) con el Estado jerifiano en Marruecos,
hasta las revueltas de la Kabilia
argelina en defensa de la lengua y la cultura amazigh, o la guerrilla tuareg
que se enfrenta al estado del Níger en la actualidad. Es más, nadie puede negar
que existen unas realidades étnicas concretas que han generado conflictos
internos postcoloniales en Argelia, Marruecos, Malí, Níger, etc., aplacadas
generalmente con un finiquitador genocidio dirigido casi siempre contra la
cultura amazigh.
En la superficie de esta
realidad, corolario de las relaciones asimétricas entre lo árabe y/o musulmán y
lo amazigh, encontramos la versión-visión aceptada y utilizada en demasía desde
Occidente, que establece que el Magreb o el norte de Africa es de religión
musulmana sunní (en porcentajes que superan el 90%), con las excepciones
confesas de los "jarichíes" del oasis de Mzab (extremadamente
puritanos) o los "sanusiya" (orden musulmana de derviches). Llegados
a este punto es inevitable no abordar la religiosidad amazigh, no como
heterodoxia extrema del islam, sino bien al contrario, esencialmente provista
de contenidos religiosos preislámicos, sin descartar el hecho de que estén
barnizados con una pátina sincrética de religiosidad islámica.
Ante esto, para entender la
actual realidad religiosa y política magrebina, y el equívoco sobre el que se
asienta parte de esa versión-visión de un Magreb islamizado neta y
homogéneamente, creemos que la tesis explicativa más lúcida y convincente es la
defendida por Mohammed Arkoun (un insigne intelectual amazigh y un lúcido
analista del Islam). El autor de "L'Islam, religión et société" o
"Rethinking Islam Today" plantea que desde la independencia hasta hoy
en día el Islam ha conocido una fuerte expansión en el Magreb, fruto de una
manipulación política e ideológica, más que de una aceptación íntima por parte
del creyente.
El origen de este fenómeno
habría que buscarlo en la situación creada con la independencia y la
construcción estatal que siguió a la descolonización política. La estrategia de
la creación del nuevo estado, dimensionado con un sentimiento de nación
(árabe), es diseñado y llevado a la práctica a través del partido hegemónico:
FLN argelino. Hasta la descolonización europea de mediados del siglo XX, el
Islam no había conocido una implantación tan fuerte en el Magreb. A ello hay
que añadirle la triplicación de la población en la zona (hoy, el 70% son
menores de 30 años). Así a principios de los años 70 las madres argelinas
tenían una media de 8 hijos, por eso es que nunca hubo tantos creyentes como
ahora. Y su formación religiosa ha estado manipulada por el estado, que se ha
encargado de implantarla en todos los ámbitos de la cultura donde ha podido.
Por tanto cabe decir que la religión está politizada (en un sentido moderno y
no en el sentido clásico de la civilización islámica), y, lo que es peor,
doctrinalmente esa religión o sus manifestaciones de religiosidad fomentadas
estatalmente adolecen de una grave pobreza: es un islam enfermizo y acrítico
(Arkoun, 1984).
Desde la II guerra mundial,
especialmente, los conflictos no han cesado en la zona, fuesen de la índole que
fuesen. Y al igual que ocurriera durante la resistencia a la penetración
colonial a principios del siglo XIX, la religión fue uno de los instrumentos de
la lucha de liberación política. Los antecedentes, en el caso argelino, son
bastante significativos. La penetración colonial occidental se había comenzado
a combatir popularmente con el fomento de un nacionalismo árabe y la
remarcación de un sentimiento religioso islamicista, por un lado, y por otro
lado hay que recordar que las regiones que resistieron durante más tiempo al
imperialismo francés fueron las regiones montañosas donde estaban los amazigh
(Kabilia, Aurés, Ahaggar). Por consiguiente la resistencia a la invasión
francesa en lo que hoy es Argelia, a principios del siglo XIX, se hizo muchas
veces en nombre del Islam pero en otras en nombre de la libertad de los
amazigh. Debido a esto, por Argelia circularon con más fuerza que nunca las
doctrinas islamistas que surgían en todo el Dar al-Islam, asociadas a la
resistencia colonial. Es en esta tesitura que nace la República democrática y
popular de Argelia.
El caso de la independencia
argelina es especial, ya que tenía un régimen administrativo de departamento
francés y una población importante de franceses nacidos en Argelia.
Curiosamente, muchos miembros de la comunidad judía argelina, que habían
obtenido la plena ciudadanía francesa en 1870, lucharon en el FLN por la
independencia argelina al lado de islamistas; recuérdese, en ese sentido, que
la población musulmana y amazigh sólo pudo acceder a la ciudadanía francesa, de
forma generalizada, bien entrado el siglo XX. Tras obtener la independencia
real, Ben Bella es nombrado presidente y derrocado apenas tres años después, en
1965, por Bumedian. Las reformas del primero no iban plenamente en la dirección
de una revolución socialista e islámica, como luego se impondría. Nace así un
estado centralista y militarista, que impone un desarrollismo industrializador
de inspiración socialistas. Durante ese tiempo, como recuerda Arkoun, para la
construcción del Estado-Nación el Islam es monopolizado como religión oficial.
Esta instrumentalización pronto chocó con los estamentos religiosos
tradicionales: se produce un divorcio entre el Islam de Estado y el Islam de
base, que derivará con los años hacia las actuales posturas fundamentalistas o
integristas. Aunque también, desde los años setenta, surgen las primeras voces
amazigh reivindicando su hecho diferencial y en defensa de su cultura, con una
autoconciencia de dicho hecho diferencial que no tenía precedente alguno.
Pero como denuncia Arkoun, el
Magreb no ha conocido una verdadera liberación cultural e intelectual, que
perfectamente se podría conseguir bajo un Islam crítico y tolerante:
precisamente el que convivió históricamente con judíos y cristianos (sin negar
por ello las tensiones y conflictos habidos durante esa convivencia). Un Islam
crítico y tolerante que nada tiene que ver con el fundamentalismo islámico. Sin
embargo el estado presionó en dirección a conseguir una arabización e
islamización tendentes a apuntalar una nación condenada al fracaso, pues sólo
puede ser concebida desde el monopolio de un partido hegemónico, sin olvidar en
el caso de Argelia la conjunción de islam y socialismo; un socialismo que
conllevó una marcada industrialización y una remarcable occidentalización de
importantes segmentos de la población.
Recuérdese que la reacción del
fundamentalismo pasa por el "Quran" (Corán) y el modelo de sociedad
comunitaria de tradición milenaria, donde la sociedad se ordena por preceptos
religiosos. El islamismo propugnado reivindica volver (arbitrariamente) a los
"orígenes" , entendidos como una religión totalitaria y rigurosa. Los
líderes religiosos encontraron, en la desesperación y caos de la crisis, los
argumentos necesarios para reconquistar el espacio perdido y recobrar su
tradicional autoridad, característica de la comunidad islámica, que pasa por su
condición de ser los únicos interpretadores del texto fundador: el Corán. En
este contexto es donde se tienen que entender elementos como el del velo. Éste
connota tradición y, la recuperación de su uso, significa la vuelta al pasado.
Además, desde un punto de vista individual (femenino) despersonaliza, desde el
punto de vista colectivo (social) caracteriza: confiere identidad. El
"velo" (tanto el chador como el hijab), hoy por hoy en Argelia,
constituye la mejor metáfora del integrismo, pues conlleva imposición,
involución y la renuncia a conquistas socioculturales de corte modernizadoras
asociadas a occidente (G. Alonso, 1995). En última instancia supone la vuelta
de la mujer a su mundo tradicional: la maternidad, las tareas domésticas y el
sometimiento al hombre. Por esto mismo, también, la emancipación de la mujer es
vital para el equilibrio del Mediterráneo, ya que de ello dependen realidades como
las de su dignidad personal (y consiguiente reforzamiento de sus derechos y de
la democracia) o la multiplicación insostenible de la población (control de la
natalidad), entre otros factores.
Para nosotros, la anterior
visión de Mohamed Arkoun es muy sólida e ilustra la compleja coyuntura creada,
que acentuó la discriminación sufrida, entre otros, por la cultura amazigh.
Estos apuntes sociohistóricos
y religiosoculturales, que cuestionan la homogeneidad del Islam en esta región,
abren las fisuras suficientes como para plantear el fenómeno de una
religiosidad amazigh (G. Alonso, 1993). Lo cual conlleva el aceptar que fuera
de las grandes ciudades y poblaciones importantes, sobre las que se sustentan
las administraciones estatales, el islam es superfluo. Es más, legitima el
planteamiento de que el declararse islámico puede entenderse como una
estrategia de supervivencia.
J. Servier (1985) ha
documentado prolijamente, para el caso argelino, la existencia de formas
religiosas que nada tienen que ver con el Islam y que además están íntimamente
ligadas a la vida cotidiana. Otros trabajos plantean que dicha realidad parece
estar bastante extendida en Africa en general, como el de Donald B. Cruise
O'Brien (1991). Quizás el equívoco se deba a que la fe islámica es de una gran
simplicidad, virtud esta que ya vimos que postulan los mismos creyentes.
Alberto Cardín también lo ha recordado y glosado cuando dice:
"Bajo ella - la fé
islámica - pueden, por tanto, arroparse los más variados aditamentos políticos
y culturales, lo que explica en buena medida la rápida expansión del Islam en
los primeros siglos, y su difusión, en el momento actual, entre los negros de
la zona del sur del Sahara, y entre los negros estadounidenses y
antillanos" (1986: 55).
Ahora bien, llegados aquí,
discernir y distinguir los contenidos religiosos que consideramos islámicos de
los preislámicos es lo que nos permitirá alcanzar las conclusiones más
sensatas. Sin olvidar que, paradójicamente, siempre podrá ocurrir que un mismo
hecho sea para algunos una manifestación inequívoca de religiosidad y para
otros no. El ejemplo lo tenemos en José Matas (1981) quien hablando de la
estructura social de los bereberes Seksawa, de las estribaciones del SW del
Alto Atlas, nos dice que el idioma está arabizado para cuestiones intelectuales
y religiosas (sic). Y cuando se refiere a los sacrificios rituales en honor a
la "Santa popular" Lalla Aziza, durante el mes de julio, santa
considerada símbolo de resistencia antimerínida cuyo culto se remontaría al siglo
XIV, nos dice: "Durante la ceremonia se pone de manifiesto una gran
tensión, que experimenta un notable incremento cuando se clava el cuchillo en
el cuello del animal. En este mismo instante, todos los presentes se abalanzan
sobre la víctima para agredirla con gestos violentos aunque sólo sea fingiendo
un golpe con el brazo en alto. Algunos se tiñen la cara de sangre y la mayoría
alcanza un estado de semiposesión. Después responden a invocaciones cantadas en
un intento de atraer buenos auspicios sobre la comunidad y de obtener el favor
de Lalla Aziza" (ibídem).
De entrada, resulta obvio que
el Islam jamás reconocería una santidad y un protagonismo femenino como el de
Lalla Aziza. Pero J. Matas lo contextualiza un tanto distorsionadamente:"
Practicas como la anteriormente descritas corresponden a las diversas
supersticiones locales que 'complementan' o simplemente se añaden a las demás
prácticas propias de la religión musulmana comunes a todos los bereberes"
(J. Matas, 1981: 280). Este autor reduce a mera superstición lo que para
nosotros es una evidente manifestación de religiosidad. Quizá su equívoco
provenga de la idea preconcebida de que el ámbito de lo religioso sólo lo
expresan en árabe. Además, ésta no es la única forma de religiosidad bereber o
amazigh, arraigada hondamente, al igual que otras que socialmente son
subterráneas o íntimas, que acaban en el cajón de las supersticiones o de lo no
detectado por el investigador por pertenecer al ámbito de la intimidad personal
y, por consiguiente, al lado oculto de la esfera cultural y del comportamiento
humano. O dicho de otra manera, ignoradas y por tanto discriminadas de los
análisis de lo religioso, lo cual permite seguir hablando de islamización neta
entre los amazigh.
Otro autor que acepta la
especificidad cultural amazigh, pero ignora toda religiosidad propia en favor
del Islam es Hassan Rachik (1990). Su obra "Sacre et Sacrifice. Dans le
Haut Atlas Marocain" adolece, en ese sentido, de cierta desviación
analítica. Para dicho autor, todas las prácticas parecidas a la anterior, que
no se pueden desvincular radicalmente de manifestaciones sagradas y de rituales
pertenecientes a instituciones religiosas tradicionales del medio rural y
cultos locales, de ningún modo pueden considerarse manifestaciones de una religiosidad
no islámica. Es más, aquellos autores que si lo podrían haber visto, como
Doutté (1984), Dermenghem (1954) o Basset (1910), no dejan de tener - para
Rachik - adherencias y herencias de la etnología colonial en sus análisis.
La obra y los análisis de
Rachik son interesantes, tanto desde un punto de vista etnográfico (de
descripción cultural) como etnológico (de análisis y comparación cultural). Sin
embargo, el enfoque global y las conclusiones están deformadas por no
considerar como obvias y legítimas las especificidades culturales de los
amazigh. Así, el análisis del ritual del "ma'rouf" (comida o ágape en
honor a un santo o santa), sólo le sirve de excusa para reflexionar (desde
dentro del multiverso cultural de Marruecos) sobre tradiciones amazigh y hacer
toda una crítica a lo que el autor denomina etnología y/o etnografía colonial,
despreciándolo como un ejemplo vivo del hecho diferencial amazigh. Debido a
esta partidista e interesada perspectiva, el trabajo de Rachik adolece de un
marcado imperialismo epistemológico de corte pan-árabe y pan-islámico. Y por
eso se acerca a lo amazigh como si se tratase de islas de rusticidad y
folklorismo o manifestaciones de un Marruecos anacrónico y primitivo, algo así
como una cultura irreal por exangüe.
Obviamente, las tensiones
internas de Marruecos justifican y explican estas líneas de investigación que
niegan el vigor y la vigencia de la realidad sociocultural amazigh. Una
realidad, ésta, que remite al hecho de que muchos de ellos ni leen el Corán, ni
saben rezar en árabe y, lo que parece bastante verosímil, son musulmanes porque
no les queda más remedio. Sin entrar ya a esgrimir argumentos como que existen
amazigh que confiesan sin tapujos no creer en Alá o que las romerías a las
tumbas de los santones o morabitos (marabuts) tienen un significado que supera
lo meramente islámico, como ha dejado entrever Fátima Mernisi (1995).
En resumidas cuentas, hay que
decir que los usos socioculturales de la religión en el Magreb están
fuertemente ideologizados e instrumentalizados políticamente. El Islam se ha
revelado para los nuevos estados como el mejor aglutinante de la diversidad
cultural y geográfica de la región, sobre todo para cierto discurso panárabe y
bienpensantes instituciones occidentales (que van desde la academia hasta los
mass media, desde distintos gobiernos a importantes organismos
supranacionales). Por si fuera poco, las situaciones aparentemente
contradictorias confunden a algunos. Así tenemos que en la Kabilia argelina, durante
la ocupación francesa, la administración colonial fomentó el enfrentamiento
secular que existía entre la población de origen "árabe" y la de
origen amazigh. Ello permitió que allí se mantuvieran las costumbres jurídicas
- no se usaba el derecho musulmán - y expresiones de religiosidad o creencias
no islámicas, llegando a contar con una policía propia.
El caso de los Tuareg, al
respecto, también es paradigmático. No sólo han tenido problemas internos con
las administraciones políticas - siempre en manos de otras etnias - sino además
con los límites fronterizos internacionales. Afirmaciones como las de Jeremy
Keenan: "Todos los argelinos, árabes o bereberes - excepto los mazabitas -
eran y son sunnitas" (1976: 216), aún siguen vigentes para una inmensa
mayoría. Sin embargo, en la misma obra, Jeremy Swift introduce un pequeño
matiz, abre un resquicio en la homogeneidad del discurso occidental y panárabe
que estamos criticando, cuando considera a los Tuareg musulmanes fervientes,
aunque conservan creencias anteriores al Islam. Charles Foucald llegó a decir
que muchos Tuaregs no eran musulmanes y, cuando matizó, habló de
"musulmanes tibios" (Cf. J. F. Six, 1966).
Hace años Edgar Pisani, en el
artículo "Los tuareg y nosotros" (1992), planteaba el problema que
estos nómadas tienen con los diferentes estados al sur del Sahara, y en el caso
concreto de algunos pueblos, lo conflictivo que llegaba a ser el mantenerse
como tuareg y como ciudadano de Malí a un mismo tiempo. Llegando a señalar que
los tuareg son: "Musulmanes convencidos de tradición bereber" . A
nadie, de los autores citados, se le ocurre plantear que si los tuareg se
declarasen malos musulmanes acabarían masacrados (como tantas otras veces) ya
que, no sólo luchan por los pastos y el agua, o el transitar las fronteras
estatales a su antojo, sino con unos gobiernos y unas administraciones cuyo
único vínculo de unión es, paradójicamente, el pertenecer a una misma religión,
aunque sólo sea de boca para afuera. Además, no es menos cierto, existen casos
de grupos guerrilleros de tuareg que se han formado en Libia e incluso han
participado en la guerra del Líbano, que ahora se han integrado en la guerrilla
tuareg del Níger y se declaran defensores de su cultura y musulmanes creyentes.
La confusión, no obstante, con
la que se nos muestra el universo religioso amazigh (bereber) es lógica, por
cuanto ha tenido que sobrevivir en un clima de opresión angustiante. Las formas
de religiosidad amazigh suelen estar vinculadas a lugares y objetos sagrados;
el sol, el agua, la fertilidad de la tierra. Sus ritos y creencias le prestan
ese acento particular a cosas que se transmiten a otros ámbitos y que
percibimos en costumbres políticas u organización social. Así, por ejemplo, los
status de la mujer amazigh y la árabe llegan a conocer diferencias cualitativas
abismales en según qué ámbitos de lo cotidiano se comparen, por eso R. Montagne
(1989) ha tenido en cuenta dicha problemática en sus análisis. Dentro de la
esfera de la religiosidad amazigh la mujer tiene un status importante como
depositaria de rezos y creencias, impensable en la mujer islámica. Esto puede
columbrarse también en las obras de Sophie Bessis (1994) o Fátima Mernisi
(1995).
Las nociones y sentimientos
religiosos propios de los amazigh han resistido durante siglos la presión de la
aculturación y el genocidio, posiblemente adaptándose o camuflándose bajo
adherencias islámicas, tal como hemos señalado. La simbología de impresión de
manos, presente en multitud de yacimientos asociados a cultos
"protobereberes" , persiste aún hoy incluso en zonas tan alejadas
como el Atlas y la Kabilia
o el Ahaggar, sin descartar evidentemente variaciones en su originaria función
simbólica. De igual forma, los distintos grupos que conforman el universo
sociocultural amazigh poseen especificidades culturales propias, como las de la
lengua (diversificada en variaciones dialectales y de habla), lo que hace
peligroso las generalizaciones.
Esto, unido al aislamiento y
la insufrible historia que han conocido, hace que su realidad sea cambiante y
contradictoria en muchas ocasiones. Un ejemplo lo tenemos en la figura del
"Iguamen" o "Iguarramen" amazigh (marroquí
fundamentalmente), el cual metaforiza muy bien esa ambigüedad de lo religioso
que nosotros abordamos en clave preislámica. De él, del "iguarramen"
, se acepta que es un sabio que enseña y habla de contenidos coránicos, siendo
una de sus armas características la maldición o dala. Sólo que, como Ernest
Gellner ha señalado, los "Iguarramen" pueden ser considerados
supervivientes de tradiciones preislámicas, que paradójicamente han sido
validores del Islam en sus culturas.
Un buen resumen de lo dicho
hasta aquí podría ser el realizado, hace ya años, por el antropólogo Ramón
Valdés:
"Mas aunque la
adhesión al islamismo fue temprana y sincera, no dejan de reconocerse en toda
el Africa blanca supervivencias claras de un fondo de creencias anteriores
(...) los bereberes de Africa del Norte conservan costumbres relacionadas con
las fiestas de la siembra y de la cosecha, en las que es patente la similitud
con los usos de los agricultores europeos: las procesiones de máscaras, los
fuegos del solsticio estival, sobre los que saltan los hombres y los muchachos,
el culto a los árboles y a las fuentes. Sin duda preislámico es también el
culto a las tumbas de los santones, con peregrinaciones, sacrificios, juegos
agonísticos que evocan la lucha entre la humedad y la sequedad, y ceremonias de
alianza entre vivos y muertos. Igualmente abundantes son los recuerdos paganos
entre los pueblos del desierto. Tienen pavor a los espíritus. Les aterra soñar
con muertos, les aterran los vampiros 'akiriko', capaces de chupar la sangre a
distancia, y los djinn, que roban a los hijos de los hombres y en su lugar
dejan los suyos. Contra todo estos temores se protegen con amuletos"
(1981:242).
Este perfil trazado por Ramón
Valdés no ha perdido vigencia a pesar de los años. Como tampoco lo ha perdido
el estudio de J-C Musso (1971) referido a la Kabilia, donde demostraba la existencia de
piedras y árboles sagrados, así como la existencia de santuarios domésticos con
ofrendas votivas. Claro que siempre se podrá decir que ese tipo de
"fenómenos" pueden llegar a ser asumidos por el Islam. El problema,
no obstante, es que el peso de esas prácticas animistas (no islámicas) en la
vida íntima y cotidiana rebasa cualquier preponderancia islámica. Por cosas
como estas, no es gratuito que los momentos de oración islámica coincidan, de
manera antagónica, con los antiguos cultos solares de naturaleza animista, tan
arraigados en esas zonas.
El posible sincretismo,
además, adquiere dimensiones nuevas cuando se comprueba la coexistencia de
manos impresas, y otros motivos decorativos típicos de las estaciones
prehistóricas de la región sahariana, junto con medias lunas de tradición
árabe. En ámbitos como la cestería y la cerámica, la tradición amazigh ha
llegado a desplazar las influencias arabizantes, lo cual no dejaría de ser
anecdótico si muchos de esos motivos decorativos no se considerasen a menudo
como instrumentos simbólicos para ahuyentar malos influjos. Además, la cerámica
amazigh de algunas zonas, tras 4000 años, no ha conocido variaciones. Gabriel
Camps, el autor de "Berberes: Aux marges de l'Histoire" , ha
detectado idénticos motivos decorativos en cerámicas de yacimientos
arqueológicos de varios milenios de antigüedad y cerámicas del siglo XX
elaborada por mujeres amazigh.
Por supuesto, no finiquitamos
la polémica con saber que toda religión aceptada y practicada tiene un reflejo
real en forma de normas de convivencia y símbolos culturales, que en el caso del
Magreb se encarna en lo que denominamos expresiones de una religiosidad
amazigh. O que el área cultural Bereber, de la historiografía clásica, está
fragmentada en grupos étnicos diferenciados por la geografía y los estados.
Fragmentación que ha fermentado en una cultura que, como autodefensa, se ha
adaptado por medio de un "camaleonismo religioso" (entre otros
camaleonismos), cuyos valores y usos varían de un sitio a otro, de una época a
otra, de una etnia a otra, incluso de un antropólogo a otro (o de un libro a
otro). El trasfondo lingüístico o religioso es el mismo, las adaptaciones
difieren. Máxime en un contexto de relaciones asimétricas, donde la realidad
necesariamente se escabulle. La naturaleza indómita de lo amazigh, en ese
sentido, es reflejo de su lucha por la supervivencia. Desde luego el
desconcierto que genera es obvio, y quizá por eso, H. Djïait (1982),
refiriéndosea los estudios de las fuentes escritas de la historia africana,
habla de las peculiaridades que encarna el islamicista que trabaja el Magreb,
adjetivando de "marginal e inclasificable" al berberizante. Una
alegoría más de la incomodidad de lo Amazigh (bereber). Incomodidad que, en lo
religioso, ya en 1908 habían constatado el francés E. Doutté o su compatriota,
misionero entre los Tuaregs, Charles de Foucauld.
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