jueves, 10 de enero de 2013

LA TRANSICION DEL TACORONTE RURAL AL TACOPRONTE DE SERVICIOS (II)



TACORONTE: MISCELANEA PARA UNA HISTORIA DEL MUNICIPIO

CAPITULO IX





Eduardo Pedro Garcia Rodríguez

Se denomina como transición a la modernidad a un movimiento de época, una tendencia profunda que a lo largo de una prolongada línea del tiempo, contiene el paso desde una cultura y una sociedad de rasgos tradicionales rurales a una cultura y una sociedad de rasgos modernos.

En el caso de la sociedad tacorontera, la transición a la modernidad es un movimiento de época que se origina a mediados del siglo xx (entre las décadas de los años sesenta y ochenta) y que, presumiblemente, debiera prolongarse a lo largo de todo el siglo xxi. o de transición a la modernidad, asume como premisa el paradigma que afirma que las sociedades históricas desarrollan una larga evolución en el tiempo que va desde una cultura tradicional y caciquil hacia una cultura moderna y que esa transición se continúa con el paso desde una cultura moderna a una cultura postmoderna.

El turismo, como actividad dinámica del hombre, genera efectos o impactos de carácter económico, sociocultural, ambiental y político, tanto de naturaleza positiva como negativa. Con el boom turístico de la postguerra, los impactos del turismo tomaron otra dimensión, lo que generó un documento de la UNESCO en los años 70, manifestando su preocupación al respecto.

En esta colonia, la década del 70 marca el inicio del proceso de desarrollo del turismo, debido, entre otras razones, a la política del Estado administrador.

El proceso en la isla se inicia en la costa Norte (Puerto de la Cruz), continuando en la costa Sureste (Los Cristianos, Adeje, extendiéndose paulatinamente por toda la costa hacía Santa Cruz), mientras que en la zona norte los municipios se van integrando poco a poco a la vorágine descontrolada del turismo de sol y playa, tarta a la que nadie quería renunciar aún a costa de la total depredación del territorio, cuyas consecuencias hacen tiempo que venimos sufriendo, veamos algunos de sus aspectos negativos:

1- Incidencia de la prostitución en todas sus manifestaciones y sus efectos. Casos concretos de Santa Cruz de Tenerife, Puerto de La Cruz, Los Cristianos, Playa de Las América, Costa Adeje, etc.

2- Incidencia de las enfermedades sexuales y sus efectos. Los lugares donde se han detestado más casos son Santa Cruz de Tenerife, Arona, Puerto de la Cruz, entre otros lugares turísticos.

3- Incidencia en las costumbres, hábitos, la moda, etc. (transculturación).

 4- Incidencia en la drogadicción. Los ejemplos de lugares donde el turismo ha contribuido al incremento de la misma en todas las islas.

5- Incidencia en el consumismo desaforado. Indiscutiblemente que la actividad turística genera empleos, y por lo tanto mejora los ingresos, situación que aumenta el consumo en la población que labora en el sector.
6- Incidencia en el costo de la vida. Tenerife, Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura,  La Palma, Gomera y El Hierro, son quienes tienen la cesta de la compra más caras del Estado, debido a la gran incidencia del turismo en las mismas. Un ejemplo en este sentido es que el alquiler de una habitación cuesta igual al alquiler de un apartamento de clase media baja en cualquier ciudad de la península ibérica.

7- Incidencia en la migración campo-ciudad-marginalidad urbana. Ejemplos: sendas tesis elaboradas en Gran Canaria, Lanzarote, Tenerife sobre los impactos del turismo, demostraron el gran flujo ciudad-campo que ha provocado el turismo, aumentando en gran medida la marginalidad.

 8- Incidencia en la producción agropecuaria. Ejemplos: en el municipio de                               Tacoronte era  importante la agricultura y la producción de ganado de leche. Hoy día la mayoría de las fincas que han escapado a la parcelación para construcción de urbanizaciones turísticas están dedicadas a las actividades turísticas. Otro factor que ha reducido la producción agropecuaria es la migración del campo a los centros turísticos que ha generado el turismo. 

9-Afluencia masiva de inmigrantes europeos especialmente de españoles, así como de Sud y centro América, quienes han ido desplazando al trabajador canario.

Indudablemente, la actividad turística también genera impactos socioculturales positivos.

Incidencia en el empleo. Para nadie es un secreto que el turismo es uno de los principales generadores de empleos, tanto de forma directa como indirecta.

No obstante lo anterior, hay que destacar cómo la percepción que tiene el canario del turismo ha variado con el proceso evolutivo del mismo. Hagamos un breve análisis al respecto.

La etapa comprendida entre los años 1960-83 se fue dando las medidas políticas que trajeron como consecuencia el inicio del boom turístico de la colonia.

Esta fue una etapa donde las clases populares, intelectuales y políticas de oposición al régimen vigente en la época, fundamentalmente la izquierda, rechazaron de plano el turismo, ya que se veía como una penetración cultural, como una transculturación flagrante. 

Esto era normal por estar latente en el pueblo la guerra civil de los españoles de 18 de julio de 1936. No obstante, la visión del empresariado era diferente.

Entre el 1963 y el 1992-93 el turismo se fue consolidando hasta convertirse en la base sustentante de la economía colonial. Surgieron nuevos polos, cuya incidencia abarcaba las zonas Norte, Sureste, Este y Nordeste de cada isla, donde se fueron generando empleos directos e indirectos, se multiplicaron los negocios de servicio al turismo, muchas canarias y canarios se fueron casando con turistas, especialmente europeos, los vínculos con el turista a través de la prestación de servicios fueron ensanchando la visión del canario hacia el turista, etc.

Todo lo anterior fue ampliando el horizonte de posibilidades de la población, y con ello fue cambiando la percepción que se tenía del turismo.

A partir del 1992 se ha estado desarrollando un nuevo segmento del turismo, el turismo naturalista en varias vertientes: aventuras, ecoturismo, turismo rural, agroturismo, etc.
Este modelo de turismo sostenible, se caracteriza por la integración de las comunidades que hasta ahora estaban marginadas de los beneficios del turismo, trayendo como consecuencia una más positiva percepción del mismo.

Bien, el desarrollo sostenible como estrategia comienza a expandirse y traducirse como la vía social y económica a seguir para adquirir y perpetuar el crecimiento que se refuerza en las condiciones ecológicas y sociales propias de cada región, lo que constituye un proceso de transformación en el que la utilización racionada de los recursos, la canalización plena y organizada del desarrollo tecnológico, la orientación de las inversiones netas y brutas, y los cambios institucionales como gubernamentales que pretende garantizar la satisfacción de las necesidades humanas del presentes y del porvenir.

Lo rural y lo urbano

A pesar de ello y como expone el sociólogo Agustín Santana:

“Un tema común en el estudio del turismo es el considerable cambio cultural forjado por la llegada de los turistas (McKean, 1977:93-4), partiendo siempre de suposiciones del tipo: los cambios provocados por la intrusión de un sistema externo producen disonancias dentro de la débil cultura receptora; los cambios son generalmente destructivos para la población nativa; los cambios conducen a una homogeneización cultural, pasando la identidad étnica o local a ser sumida bajo la tutela de un sistema, similar al industrial, tecnológicamente avanzado, una burocracia nacional/multinacional y una economía orientada al consumo

Podemos, pues, resumir lo dicho en que la relación turista/residente está continuamente variando en grado, incluida en y regulada desde dos sistemas socioculturales diferentes: un sistema nativo, que es invadido por el turismo, y el emergente sistema turístico. Los turistas son inicialmente tratados como parte de las relaciones tradicionales anfitrión/invitado, pero al incrementar su número comienzan a ser menos bienvenidos (Cohen 1982:248), alejándose de la relación tradicional. Pasan, pues, del trato familiar a otro que no precisa obligación ni reciprocidad, esto es, el comercio, donde la hospitalidad entra en el dominio económico y el encuentro se basa en la remuneración (Greenwood, 1977).”

Y prosigue:

“En otros trabajos hemos definido un tipo de territorios, a caballo entre los conceptos tradicionales de lo rural y lo urbano, en los que "la tierra, cultivable o no cultivable, ha dejado de tener esa única función de producir alimentos, o en general materias primas. Nuevos factores económicos han entrado en juego, de forma que el agricultor no es sino un agente más en competencia por el uso y control de ese suelo, aunque siga siendo el que más superficie domina y administra (y esta sería quizás una de las principales diferencias entre estos territorios con los puramente urbanos y metropolitanos) (...) El problema estriba en cómo compaginar todas estas funciones con las vocacionales del territorio, esto es la agricultura y la ganadería, e incluso el mantenimiento de espacios 'vírgenes'" (Baigorri, 1983,151).

Desde que la sociedad industrial se definió como un proceso civilizatorio, uno de cuyos elementos fundamentales fue la urbanización, lo rural nunca se ha definido, quedando como residuo de lo-que-aún-no-es-urbano. Del mismo modo que, desde que hace algo más de un siglo se inició la reflexión sociológica sobre las consecuencias de la Revolución Industrial, con su acumulación de masas de población en las ciudades (lo que vulgarmente se asimila al proceso de urbanización), la dicotomía se viene planteando en términos de polarización  y luego de oposición. Pero sobre todo, y en el marco general del positivismo que desde su origen caracterizó al pensamiento sociológico, se ha venido tratando el tema en términos de sucesión histórica de etapas, y en consecuencia de jerarquización: si la revolución industrial-hostelera traía el progreso económico a las sociedades, la urbanización conllevaba el progreso social. Esta valorización no ha sido siempre explícita, pero ha estado desde luego latente la gran teoría (al menos en Spencer, Durhkeim, Simmel, Töennies o Redfield...). Así se hablase de solidaridad mecánica o solidaridad orgánica, de comunidad o asociación, de lo folk y lo urban, etc, aún cuando se manifestara cierta preocupación por el tipo de desórdenes sociales provocados por la urbanización, se estaba poniendo en lo alto de la escala a lo urbano, y en lo más bajo a lo rural. (Artemio Baigorri)” (Agustín Santana, 1997).

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