martes, 5 de julio de 2011

CRIMENES DE LESA HUMANIDAD COMETIDOS EN CANARIAS





CAPITULO II
Chaurero n Eguerew




INVASIÓN DE TAMARANT (GRAN CANARIA)

Con fecha 13 de mayo de 1478 en Sevilla (f.106). Confirmación, a petición del secretario y cronista real Alonso de Palencia, de la capitulación asentada por éste, en nombre de Su Alteza, con don Juan de Frías, obispo de Rubicón, y con los capitanes don Juan Bermúdez, deán de las islas de Canaria, y Juan Rejón, criado de la reina, sobre la armada para la conquista de Gran Canaria y otras islas pobladas de infieles. En dicha capitulación, que va inserta -Sevilla 20 de abril 1478-, se concede al obispo la orchilla de las islas mientras dure la conquista con el fin de compensarle los gastos que aquella le ocasionara,  y los reyes se obligan a aportar 20 lanzas de la Hermandad. La Reina. Avila. Reg; Diego Sánchez. (E.Aznar Vallejo. 1981)

Toledo el 24 de febrero de 1480. Se concede que durante l0 años ni el Almirante ni sus lugartenientes lleven derecho alguno sobre las pesquerías y presas  hechas en Gran Canaria, renunciando los reyes a los quintos sobre cueros, sebo, esclavos y armazón y sobre las presas hechas en las islas de infieles, salvo en la Mina de Oro, y comprometiéndose a impedir que Diego de Herrera haga presas en Gran Canaria y que concierte paces en Tenerife y La Palma. [Falta el final] (E.Aznar; 1981)

El judío converso Pedro de Vera, es  nombrado el 4 de febrero de 1480 nuevo capitán, de la invasión de Tamarant (Canaria) entraba en winiwuada (Las Palmas) poco después del proceso a Algaba. Hacía su arribo como “segundo gobernador con su probisión real mandando a el capitán Rejón y a los demás caballeros ventureros conquistadores, capitanes, oficiales y gente de guerra que lo resibiesen por gobernador y capitán general”. Vera, pues, se aposentaba en Las Palmas con el ánimo alertado contra Rejón, según confiesa Palencia, como Corregidor, Gobernador, Capitán General y Alcalde de la isla de la Gran Canaria. Se abría la segunda fase de la etapa realenga de la invasión y conquista (1480-91). En esta misma cédula se ordena a genocida Pedro de Vera, gobernador impuesto de Tamaránt (Gran Canaria) que “proceda al repartimiento de todos los exidos (campos de labor) y dehesas y heredamientos de a dicha ysla entre los caballeros e escuderos e marineros e otras personas que en dicha isla están”. Este repartimiento empezaría tres años antes de concluir la conquista de la isla, que finalizó el 29 de abril de 1483.
En el mes  de agosto o septiembre de 1480 el gran caudillo canarii Doramas y el invasor Pedro de Vera mantienen un entrevista en el reducto militar castellano.
“El capitán Pedro de Vera, una vez dispuesto para el parlamento acordado por ambas partes, ordena que se retiren los vasallos que escoltan a Doramas, al tiempo que presenta a sus subordinados: capitán Miguel de Mujica, su primo Juan Siberio, Miguel de Trejo de Carvajal y a su hermosa esposa la infanta canarii Thenesoya Vidina, casada con el  colono normando de Titeroygatra (Lanzarote)  Maciot Perdomo de Bethencourt.
En la conversación entablada entre los dos jefes se deduce desde un principio que el Vera no trata de profundizar el tema de canje de prisioneros, lo que se traduce más bien en una encerrona cuando el invasor tuvo la osadía sorprendente de vociferar amenazas e improperios a los canarii, exigiendo sin condiciones la entrega inmediata de unos sesenta prisioneros españoles en los cantones de Galdar. Además, el capitán Pedro de Vera, sin intervenir sus subalternos, acusó a los guerreros de Doramas de salvajes porque quemaban vivos a muchos prisioneros castellanos.
Ante las duras alusiones del general en la histórica entrevista, Doramas, sereno y persuasivo, respondió a Pedro de Vera que en las guerras no se admitían piedades como ocurría con sus compañeros de raza, que además de ser despojados de sus tierras y ganados, eran torturados y muertos a tiros por los arcabuceros castellanos si se resistían, para más tarde ser encadenados en las playas de Arguineguin, o Winiwuada, esperando ser vendidos como esclavos en los mercados de Sevilla y Valencia.
El capitán español, descompuesto y humillado, ante las referencias del caudillo canarii, quien se negó a aceptar la imposición de la religión católica, rechazando el bautismo cristiano, hizo intervenir como decíamos anteriormente a los suyos para comunicarles su funesta decisión de decretar la famosa trampa de detener y encarcelar a Doramas y acompañantes aprovechando la ventajosa situación.
Ante el delicado momento e injusta decisión de Pedro de Vera, el capitán Miguel de Mujica y Thenesoya Vidina se negaron a secundar semejante patraña, convenciendo al capitán invasor de no realizar una traición de tanta bajeza. Y sobra decir por lo tanto que toda la comisión isleña se marchó como mismo había venido.” (Julio Vera Trujillo.)
En 1480, Pedro de Vera, continuó las cabalgadas (captura de esclavos) en Chinech (Tenerife) y Benahuare (Palma).

A punto de salir hacia Chinech (Tenerife), no queriendo dejar a su espalda 600 hombres “de pelea”, Pedro de Vera aplicó el arma del político español, que es el engañó. Asegurando a cuantos le siguiesen, que “ganarían para vestirse”, consiguió embarcarlos por su pie, encerrados “debajo de la tilla”, para que no se orientasen por el sol o las estrellas, les llevó a Cádiz y Puerto de Santa María. Puestos en venta, los barcos regresaron, en busca de las mujeres y los hijos. Subieron a bordo sin chistar, con decirles que las llevaban, donde estaban sus maridos.

Superada la demanda por la oferta, los invendidos quedaron abandonados en libertad, por no alimentarlos, permitiendo que se alojasen extramuros de Sevilla, junto a la puerta de Milhojar. Muertos los más, al no aclimatarse, otros se desperdigaron por el reino, regresando a Tamaránt (Gran Canaria) los menos, para formar núcleo de población castellanizada. Condicionado por la extraña interpretación de la ética, que impera entre españoles, el cronista celebró la felonía, declarándola virtud, porque se perpetró por razón de estado, en aras de la “pacificación” de la isla. (L. Al. Toledo)

Años después, el canario Juan Manuel, recordaba a los católicos, que los naturales de  Tamaránt (Gran Canaria), nunca fueron “vencidos”, pues dieron vasallaje voluntario, contra la promesa de que sus personas y bienes, serían respetados, por lo que “no son ni pueden ser esclavos”. Confirma el supuesto Juana Canaria. Sometida la isla a “nuestro servicio”, quedó en libertad “con los otros canarios, que nos mandamos que fuesen libres”, por haberse dejado bautizar, sin resistencia. Preparándose “para yr a la Ysla de Tenerife”, cuando Vera invitó a los varones a seguirle, prometiendo que saldrían aprovechados. Barruntando que terminarían en el mercado de esclavos, rechazaron la oferta. El gobernador quiso capturarlos, pero “se absentaron”, echándose al monte. Huido el marido de Juana Canaria, fue acusada de recibirle de noche, prestándole ayuda. Condenada a cautiverio, en Andalucía la compró un jerezano, destinándola a esclava doméstica. (L. Al. Toledo)
También en 1480, entre otras cosas que el gobernador Pedro de Vera hizo, luego que envió preso a Juan Rejón, fue mandar aprestar dos navíos, diciendo quería ir hacer guerra a Tenerife, a los guanches, y hacer una entrada; y mandó a percibir doscientos canarios de los que andaban en el real, haciéndoles grandes promesas y ruegos, con intento de desembarazarse de ellos, enviándolos a Castilla, por la poca confianza que de ellos tenía y por entender que, teniéndolos consigo, no se podía hacer ningún ardid contra los canarios, que ellos no fuesen avisados de éstos.
Y así, tenía tratado con los maestros de los navíos que, como se viesen fuera del puerto, navegasen la vuelta de Castilla. Embarcáronse los doscientos canarios, y con ellos el valiente Adargoma. Iba por capitán de esta empresa Guillén Castellanos, que había venido a esta conquista de Canaria por orden de Diego de Herrera, “hidalgo de mucha confianza.”
Como los canarios se vieron en el golfo, y no divisasen en el viaje al pico de Teide, y que antes iban en continuo alejándose dél, quisieron alzarse los canarios y matar a Guillén Castellanos y a los maestros de los navíos, y quisieron desfondar los navíos, para que todos se fuesen al fondo, con rabiosa determinación. Guillén Castellanos y los maestros, viéndose en este trance, arribaron a Lanzarote, y allí echaron a los canarios en tierra. Fueron apaciblemente recibidos por Diego de Herrera, y los naturales de Lanzarote los aposentaron; y allí quedaron por vecinos, hasta que después pasaron en socorro del Cabo de Aguel, donde casi todos perecieron. Súpose este suceso en el real de Pedro de Vera, y los canarios que allí se hallaron, escandalizados de este caso, se alzaron y metieron la tierra adentro, con los demás, y comenzaron a hacer nueva guerra, con mayor coraje y fervor. (Abreu Galindo, 1977)

El 10 de diciembre de 1480 se ordena en la metrópoli las reclutas de ladrones y asesinos para la conquista de  Gran Canaria. “Medina del Campo (f.50). Poder a Juan de Torres, corregidor de las villas, valles y merindades de Trasmiera, Peña Melera, Valdebeseros, Peña Samago, Peña Rubia y Val de los Herreros, para que en nombre de Sus Altezas pueda prometer palabra y seguridad de perdón a los delincuentes de su jurisdicción y del marquesado de Santillana y tierra del conde de Castañeda, salvo a los reos de traición, delito de falsa moneda, falsedad hecha en nombre de los reyes y saca de monedas de oro o plata, que fueren a servir a su costa en la conquista de Gran Canaria por espacio de seis meses, contados desde el día en que se presentaren a Pedro de Vera, capitán y gobernador de dicha isla, y de Miguel de Moxica, receptor de la misma. Se ordena a las justicias que no actúen contra las personas o bienes de quienes muestren la concordia hecha con Juan de Torres y fe de Pedro de Vera y Miguel de Moxica de haberla cumplido, pudiéndole exigir únicamente la restitución de los bienes que hubiesen tomado; y se ordena al chanciller y a los notarios que les libren las cartas y sobrecartas de perdón que necesitasen, con obligación de ser perdonadas por las justicias. La Reina. Rodericus. (E. Aznar; 1981)

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