domingo, 27 de mayo de 2018

La “Santa Inquisición” en Canarias (II)



HISTORIAS INMORALES COLONIALES EN CANARIAS (IX)

Capitulo VI



 
Chaurero n Eguerew *
 
  En el capitulo anterior ofrecimos un breve bosquejo en torno a la creación de la Inquisición, en este vamos a dar como inicio un somero repaso del funcionamiento de tan humanitario tribunal, de la composición, de sus jueces y de los delicados instrumentos de persuasión empleados por los inquisidores para conseguir que los acusados descargaran sus conciencias y liberaran sus mentes del horrendo delito de pensar libremente, poniendo con ello en entredicho la infabilidad de los dogmas católicos.
 
Tribunal.
El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, estaba compuesto de ordinario por tres o cuatro inquisidores, un fiscal, un juez de bienes confiscados, seis consultores y teólogos, clérigos y frailes, para calificar las proposiciones; otros tantos y más consultores juristas, que asisten a la vista y determinación de los procesos, cuatro secretarios, un receptor, un alguacil, un abogado del fisco, un alcaide de las cárceles secretas, un notario de secreto, un contador, un escribano del juzgado del juez de bienes, un nuncio, un portero, un alcaide de la cárcel perpetua, dos capellanes; sirven también un médico, un cirujano, un barbero, un despensero y más de cincuenta familiares.
Los detenidos.
Estos eran una fuente rica de información para la Inquisición y como esquema, por poner un ejemplo, se seguía las siguientes pautas:
1.     Al reo se le mantenía ignorante sobre el supuesto delito.
2.     Se le sometía a la incertidumbre con preguntas como: ¿Sospecha cuál es el motivo de su denuncia? ¿Recuerda haber oído o visto algo que atente contra la Religión?
3.     El reo debía no solo de confesarse culpable sino de delatar a todas las personas que hubieran estado implicadas, incluidos familiares, con ello solo obtendría la reconciliación (que no significaba, el perdón). Sí confesaba y no delataba, se le calificaba como “confítente diminuto” y era castigado con igual o mayor rigor que otro impenitente.
4.     Era considerado agravante el hecho de tener familiares o ascendientes judíos, moros o herejes.
5.     Existía un juego psicológico donde al reo se le hacía caer en una delación sin darse cuenta. Cuando el proceso estaba avanzado, se le comunicaban los cargos, luego se le pedía que adivinara quién le había delatado, señalándolo con el dedo, así el reo, a veces apuntaba a otra persona que por unas causas u otras creía, incriminándola como cómplice.
Esto es lo que tenía que pasar un acusado de herejía cuando era detenido, toda una tortura psicológica, que podía durar meses o incluso años antes que se dictase sentencia.
 
En cuanto al trato físico que recibía un acusado, era peor, pues las cárceles de aquella época eran insalubres y carecían de todo. Al reo se le sometía a tortura física “question de tormento”. 

 
Instrumentos de tormento.
Los instrumentos cristianamente concebidos para persuadir a los acusados para que abominaran de sus errores eran de lo más sofisticado, inspirados en la bondad, la misericordia y amor al prójimo. Lo peor que le podía pasar al reo, peor que la misma hoguera donde a veces ya llegaba agonizando y antes que las llamas le hiciesen lanzar horribles alaridos y quejidos, moría. La tortura se aplicaba al reo no solo para que confesara, sino, para que delatase y facilitase datos que se consideraba que poseía:
 
El potro. Consistía colocar al preso sobre una mesa, amarrado de las extremidades por una soga sujetada a un carrete, el cual, al ser girado poco a poco, las iba estirando sentido en contrario, causándole así un terrible dolor. Éste era, en la época, el instrumento de tortura más empleado en el mundo.
 
La Pera. Instrumento que se introducía en la vagina o en el ano, abriéndose y causando gran dolor y desgarros. El interior de la cavidad quedaba totalmente dañado. Las puntas que sobresalen servían para desgarrar mejor el fondo de la garganta o del recto, o la cerviz del útero (el cuello del útero).
 
La rueda. El verdugo, asestaba violentos golpes con una rueda de borde herrado, machacando hueso tras hueso y articulación tras articulación procurando no asestar golpes fatales. Después se desataba al reo y se le introducía entre los radios de la gran rueda horizontal al extremo de un poste que después se alzaba.
 
El garrote. Al reo se le colocaba un collar de hierro sujeto a un madero, que disponía de un tornillo hacía retroceder el collar de hierro matando a la víctima por asfixia.
 
Existía otra variante en la cual un punzón de hierro penetra y rompe las vértebras cervicales al mismo tiempo que empuja todo el cuello hacia delante aplastando la tráquea contra el collar fijo, matando así por asfixia o por lenta destrucción de la médula espinal.
 
La garrocha. Consistía en colgar al condenado por las muñecas de una polea en el techo, con grandes pesos sujetos a los pies (hasta 40 kilos de peso), para alzarlo lentamente y luego soltarlo de un estirón, tensando y dislocando brazos y piernas.

La pena del agua o La toca (paño). Consistía en beber agua vertida desde un recipiente, atar al reo sobre un bastidor, forzarlo a abrir la boca y meterle una toca (o paño) por la boca hasta la garganta para obligarle a tragar agua.
 
La horquilla del hereje. Un collar con cuatro puntas afiladas que se clavaban profundamente en la carne bajo la barbilla y sobre el esternón, la horquilla impedía cualquier movimiento de la cabeza, pero permitía que la víctima murmurase, abjuro (palabra que se halla grabada a un costado de la horquilla). En cambio, si este se obstinaba, el hereje considerado impenitente, por lo cual se le condenaba a la hoguera.
 
La Doncella de hierro.
Es una caja metálica con forma humana parecida a un sarcófago provista de una o dos puertas, en el interior y en las puertas tiene unos pinchos de hierro calculados para no causar la muerte inmediata al cerrar las puertas, pero si el acusado permanecía en su interior varias hora o días, moría desangrado y presa de horribles dolores.
 
En la aplicación del tormento Otra tortura era el untar las plantas de los pies con grasa de cochino (cerdo) y colocarlos encima de un brasero encendido. La tortura era muy frecuente, aunque no todos los presos pasaban por ello, por la cuenta que les traía, sino, que confesaban antes, lo que le pidiese los inquisidores.
El Tribunal del Santo Oficio no ejecutaba directamente la muerte de ningún reo. En tales casos las sentencias inquisitoriales decían: “entregado al brazo secular o relajado al brazo secular”.
La palabra relajar significa, según e Diccionario de la Real Academia Española “entregar el juez eclesiástico al juez secular un reo digno de pena”.
En este caso los herejes eran entregados  a la justicia seglar, que era la cargada  de ejecutar la pena  en un acto público y ejemplarizante. Debido a la tradicional doctrina católica en "defensa de la vida," en el caso de que la hereje fuese mujer embarazada quedaba momentáneamente exenta de ser castigada hasta que pariera, después era quemada en la hoguera.
En todo caso siempre imperaba la caridad católica y los condenados eran reconfortados espiritualmente con el siguiente sermón:  “-Hermano. (¡Hermano!) Vuestra causa se ha visto y comunicado con personas muy doctas de grandes letras y ciencias, y vuestros delitos son tan graves y de tan mala calidad, que, para castigo y ejemplo de ellos, se ha fallado y juzgado que mañana habéis de morir; preveníos y apercibíos; y para que lo podáis hacer como conviene, quedan aquí dos religiosos.” A los que no debían sufrir la muerte se les notificaba la sentencia en muy semejantes términos.
Si el culpable era un difunto condenado a  muerte, y al desenterrarle con el propósito de ser quemado en huesos (como procedía la pena de muerte a un difunto cuando había sido juzgado culpable de herejía en un proceso del Santo Oficio) aun no estaba descompuesto, vestían igualmente al cadáver con el sambenito para su exposición en el correspondiente Auto de fe. Si solo se habían rescatado huesos de su tumba, estos eran pintados con llamas antes de ser quemados.
La entrega al brazo secular se realizaba a instancias del Fiscal, quien la solicitaba a los Inquisidores, generalmente acompañada de otras sanciones menores: la excomunión mayor, la confiscación de los bienes del procesado y la inhabilitación de hijos y nietos por línea paterna e hijos por línea materna para ocupar cargos públicos, ejercer ciertos oficios, llevar vestidos de seda, joyas, portar armas y montar a caballo.
- Relapsos: los que reincidía en una herejía de la que habían abjurado tiempo atrás. Dependiendo de si se arrepentían y abjuraban o no lo hacían, se les consideraba Penitentes relapsos o Impenitentes relapsos, respectivamente.
- Impenitentes no relapsos: los que no abjuraban de su herejía por no reconocerla como tal.
Sin embargo a los relapsos (reincidentes en materia grave) no se les otorgaba una conmutación de última hora: como medida de misericordia se les aplicaba el garrote, con lo cual morían antes de prender la hoguera, de modo que le evitaban el sufrimiento de ser quemado vivo.
Abjuración de Levi: Se aplicaba a aquellos procesados contra los cuales se habían hallado sospechas leves de haber hereticado. Lo habitual era que los Penitenciados comparecieran en el Auto de fe donde eran advertidos, reprendidos, multados dinerariamente, desterrados por un tiempo no superior a ocho años y con frecuencia eran azotados públicamente. Si con el tiempo volvían a ser juzgados eran declarados impenitentes y sometidos a graves penas.
Abjuración de Vehementi: Este tipo de abjuración era impuesto cuando existían sospechas vehementes de herejía sin haberse llegado a probar totalmente las mismas. Lo habitual era que el Penitenciado comparecieran en el Auto de fe con sambenito de media aspa, llevarlo durante uno o dos años, permanecer encarcelado aproximadamente durante un año, multa dineraria de pérdida de la mitad de los bienes y destierro por  un tiempo que solía no ser superior a seis años. En ocasiones eran castigados con azotes (200 los hombres y 100 las mujeres). Si con el tiempo volvían  a ser juzgados, eran considerados relapsos y podían ser relajados (pena de muerte).  


El utilitarismo se aprecia en penas sobre las que se obtiene algún provecho en su aplicación, como era la sustitución de la pena de cárcel perpetua por la de galeras, cuya duración dependía de la rentabilidad en el trabajo y no de criterios jurídicos. El plazo en castigo de galeras era mínimo de tres años, probablemente porque de haber sido menos tiempo el Fisco hubiera empleado en mantenimiento mucho más  de lo obtenido con el trabajo de los condenados.  El mismo utilitarismo se aprecia en las penas de Confiscación de Bienes, y en las penitencias pecuniarias impuestas a los sospechosos para cubrir los gastos del Tribunal.
La arbitrariedad era patente en la aplicación de las penas. Cuando el acusado resultaba condenado como hereje relapso o pertinaz, y el delito era perfecto y plenamente probado, la ley se aplicaba sin excepción. Si existía arrepentimiento, al reo se le admitía a reconciliación, imponiéndole normalmente las penas de cárcel y sambenito. Si la culpabilidad no resultaba probada , pero el reo seguía siendo sospechoso, la sanción dependía del arbitrio del juez, que decidía entre el destierro, cárcel, galeras, etc. y también durante cuanto tiempo debían cumplir con la correspondiente pena. Por otra parte, impuesta la sanción, el tribunal podía, en cualquier momento, dispensar, conmutar, disminuir o aumentar la penitencia, según la humildad que demostrara el penitente.  

El Espectáculo
Como anuncio del gran espectáculo se verificaba una procesión solemne para pregonar la proximidad del Auto, y como atractivo publicitario concedíanse indulgencias a los que asistiesen al mismo.
 Generalmente en el recinto festero destinado al Auto de fe se montaba un decorado cuya tramoya  se levantaba en pocos días y estaba constituida por los siguientes elementos: un tablado de aproximadamente 2 metros de alto, 50 de largo y 30 de ancho; dos  escalinatas acceso al mismo; doseles para las corporaciones; jaulas para los reos; mesas para los secretarios; púlpitos y tribunas para los sacerdotes; altares para las ceremonias religiosas; viandas refrescos y repostería para los inquisidores e invitados que fuesen molestados por el hambre; y puestos de guardia para vigilar a los sentenciados.

Seudonimo de Eduardo Pedro García Rodríguez.
 
 
Continuará.
                                                   
Octubre de 2009.
 
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