miércoles, 1 de mayo de 2013

HISTORIA DE ARONA





PROLOGO
El municipio de Arona tiene su punto de partida como en­tidad local en la creación de su parroquia por el obispo Tavira en 1796. Hasta entonces los dos pagos fundamentales que lo com­ponían, el Valle del Ahijadero o de San Lorenzo y el de Arona, formaban parte de ese extenso territorio denominado Chasna que comprendía la región que limitaba con Adeje y el Valle de Güímar, y cuya capital tradicional era Vilaflor.
Hasta esas fechas, sus dispersos núcleos de población, li­mitados por la escasez de agua y suelo y la climatología, no al­canzaron esa seña de identidad que le proporcionaba la parroquia, sobre la cual giró su constitución en ayuntamiento a raíz de las directrices liberales gaditanas de 1812, que establecieron en cada una de las cabeceras de parroquias los nuevos municipios. Enmarcada en la comarca de Chasna, Arona fue poco a poco creciendo y configurándose como un núcleo de cierta entidad en el siglo XVIII. Con su punto de partida en las casas agrupadas en torno a sus dos ermitas de San Antonio y del Valle del Ahijadero, fueron conformándose algunos pequeños y medianos propieta­rios que impulsarían a finales de esa centuria ese proceso de crea­ción de su parroquia. Muchos de ellos habían emigrado a tierras americanas y constituido medianas fortunas con las que crearon patrimonios de cierta consideración. Este hecho es crucial por­que los aronenses, hasta la segunda mitad de ese siglo, apenas habían emigrado al Nuevo Mundo. Sin embargo, en esa época eclosiona esa migración unida por lazos de parentesco e identi­dad local. Una migración que se esparcirá esencialmente por Venezuela, país en el que algunas familias, como los Domínguez, los Sierra, los Évora o los Sarabia, constituyeron haciendas y fortunas de cierta entidad.
Buena parte de ellas compondrán su reducida élite local de burgueses agrarios que en el siglo XIX se beneficiará de la desamortización de las tierras comunales, los bosques, las capellanías y las rentas eclesiásticas, y adquirirá las tierras de propietarios absentistas que hasta entonces no podían despren­derse de ellas por las leyes vinculadoras que impedían la venta de sus mayorazgos. Un grupo de familias, a las que se unirán otras como los Herrera en Venezuela o los Tavío en Cuba, retor­narán con capitales indianos.
La labor cálida y constante de Carmen Rosa Pérez Barrios ha tratado de introducirnos, con su amplia bibliografía esparcida en libros, revistas especializadas y congresos, en el conocimien­to de una comarca a la que desgraciadamente se le había presta­do bien poco interés por parte de la historiografía canaria. El Sur de Tenerife venía demandando estudios que, con rigurosidad cien­tífica, con el uso de fuentes y con el acopio de repertorios docu­mentales, comenzase a desvelarnos los aspectos más desconocidos de su pasado y su significativa influencia en la configuración histórica de la isla y del conjunto del Archipiéla­go. Esta obra sobre Arona, en su doble dimensión de divulga­ción y de rigor científico, del que ésta no debe carecer, como muchas veces se olvida por tanto "erudito local" que nos abru­ma, cubre un vacío dentro de ese proyecto de Historia de los municipios canarios emprendido por el Centro de la Cultura Popular Canaria y que cuenta con el apoyo y coedición de los cabildos y ayuntamientos isleños, como es el caso que nos ocu­pa.[…]

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